Un sendero de pálidas estrellas
Lo que no deja la mañana sobre el mantel, Rosalía, ahí está, se ve con solo mirarlo.
[1]
La hojarasca cruje al ser pisada por los ojos que la
contemplan desde la ventana.
[2]
Se muestra irritado hoy
el camino. Insidiosos guijarros, maleza, nubarrones. Aunque le hable con
delicadeza, responde con ingratitud.
[3]
Traquetea el carro
entre las piedras. El mulo gime. El mulero impreca. Aguardo a que pase para que
el temblor de la fronda reanude su sinfonía para solitarios.
[4]
La maleta arrumbada en
el vestíbulo. Sin doblar, la gabardina. El sombrero. Los zapatos junto a la cama. En una silla, las ropas del
viajero. Enfrente, una ventana sin memoria.
[5]
Arroyo de montaña cuya
impaciencia le ha impedido hasta hoy aprender a dibujar con un mínimo de
exactitud. Lo suyo es solo acabar cuanto antes.
[6]
Cuando levante el vuelo
el mirlo habrá desaparecido una sombra en el bosque.
[7]
El estrépito con el que
llega, el silencio que deja cuando ha partido. El mozo de equipajes lía un
cigarro en un extremo y en el otro, frente al pozo, la guardesa se limpia las
manos en el delantal.
[8]
Asciende por la flor la
vida que trae el aire. El mismo que alimenta los pensamientos, aquellos que nunca
acaban, sin embargo, en el simple goce del color.
[9]
Azorado, el sacristán
recoge en un cesto, uno a uno, los pedazos de barro que han volado por el
pavimento contra el que acaba de estallar la venerada imagen.
[10]
Baja el verano por la
senda que atraviesa la ladera. Canta tonadillas populares, va alegre y
disperso. Deja su mano un instante sobre las matas de lavanda y luego aspira el
aroma. Camina sin prisa, como si tuviera toda la vida por delante. Da gusto
verlo desaparecer.
[11]
Cariñosa el agua se
arremolina alrededor del pilar del puente. Con picardía le salpica y se ríe
cuando parte hacia el mar sin darse la vuelta para ver el estremecimiento que
deja.
[12]
Un jaleo de
pensamientos ronda por la plaza. Sobre todo frente a la taberna. Parece un volumen
de metafísica desencuadernado cuyas páginas cada amanecer retira con
indiferencia alguien que barre.
[13]
Bajo la umbría, por esconderme del sol, me detengo un
instante. Y el cielo se nubla.
[14]
No supe ver, tantas
veces como pasé por aquella vereda al otro lado del Sar, lo hermoso que desde
allí se alzaba el paisaje hasta que no la recorrí una tarde, enamorada.
[15]
Luciérnagas, los
pensamientos. Pero uno oye crepitar mis pasos a lo lejos y de golpe se
convierten en ladridos de la jauría.
[16]
Solo hay algo más torpe
que el desconocimiento. No es la indiferencia lo que les mueve a aceptar el
intercambio. Aunque nada haya tan tosco
como el deseo.
[17]
Lo que suba la marea y
transforme la arena en humedal, se lo devolverá al sol para que lo seque cuando
se vaya.
[18]
Erguida como una veleta
que atiende a un solo viento, el ave sobre el tejado del cobertizo.
[19]
Se ha quedado una duda
sin enterrar, sobre la hierba, olvidada. Se van contentos calle abajo, igual
que las cucarachas, que empiezan a salir de sus agujeros.
[20]
Cuando empieza a hablar
el fuego desde la hoguera que han encendido los leñadores en un claro, ninguna
otra conversación prevalece.
[21]
La luz en el encinar
parece triste. Una mujer con velo negro que sale cada tarde del cementerio.
Pero no es que sea triste, es que ahonda.
[22]
No abandona nunca el
Sar su infancia. Le basta una roca para saltar, una rama caída le invita a
jugar a romanos. Un guijarro lanzado al azar le hace sonreír.
[23]
Aunque dejaran de ver
los ojos, el escozor que produce lo que veo seguiría punzante.
[24]
Siempre anda pensativo el roble. El hijo de dorados
rizos sobre la frente que un día se levantó, se echó a la espalda el petate y
dejó en el lugar donde dormía una sombra.
[25]
Cómo le cuesta a la
fuente reclinarse en una de sus orillas, tomar en la mano un cuenco del agua
que de ella mana y saciar su sed.
[26]
Ha estado un tiempo
impreciso señoreando. Mueve su enorme volumen blanco tan despacio que parece
quietud o costumbre, pero cuando me aficiono se despeja el cielo.
[27]
Solo se mantiene el
fuego si consume por completo los troncos que lo sostienen y alimentan. ¿Será
por eso que lo creen apasionado?
[28]
Expresiones secas de
las ramas entre la niebla. La tersa blancura de lo nevado. El viento que empuja
hacia la nada. Elegía de la quietud.
[29]
Deja que ese grumo de
insatisfacción flote sobre la alegría del momento. Cuando se haya evaporado el
resto, será lo que permanezca contigo.
[30]
Apilan los troncos
talados en el patio del aserradero. Bosque horizontal, realidad tumbada,
camposanto.
[31]
Nombre de varón,
cincelado en una piedra, que no se sabe de quién fue.
[32]
Han recorrido la calle
gritando sus proclamas de victoria. Y cuando han doblado la esquina, asoma
cauteloso un gorrión entre las hojas de la enredadera.
[33]
Allí donde todos
quieren ir van las vías del ferrocarril, los caminos de polvo, las rutas
marítimas. Como el Sar, su corriente solo lleva una dirección.
[34]
Somos tres siempre en
el recuerdo. Él, yo y el nombre que un almirante le da a la plaza donde nos
besamos por primera vez.
[35]
Ya solo se acerca a la
fuente, aunque sepa que hace años que no mana, quien aquí un día bebió.
[36]
A veces se han quedado
cerradas las puertas que se dejan abiertas.
[37]
Llegan por el oeste,
desde el océano, nubes en racimo, cejijuntas como en un enfado. Todo lo tiznan
con su aflicción.
[38]
Por la senda que
zigzaguea hacia la colina, de vez en cuando, al pie de un roble, me siento a
verme pasar, mujer solitaria que cuando alcance la cima va a volver por donde
ha subido.
[39]
Y antes de entrar en la
aldea se darse vuelta un momento y buscar en la lejanía del camino la sombra
que pueda convertirse en un regreso.
[40]
Al brote recién verdecido
dan ganas de acunarlo meciendo la rama.
[41]
Al darme la media
vuelta para irme con el impulso del enfado la doy entera y de nuevo estoy
dentro.
[42]
Dejo la mirada en el
lugar de donde quería apartarla y la aparto de donde quería dejarla.
[43]
Esta mañana ha estado
revoloteando entre las flores y al poco,
por más que la buscara, no he conseguido volver a ver la mariposa.
[44]
Una moneda de plata
abandona sobre las losas del pórtico la luna algunas noches para que intente
despegarla de la piedra.
[45]
¿Es la noche quien está
enamorada del día, o es el día quien persigue infructuosamente el lecho
nocturno?
[46]
Cuando vea sobre la
pared cómo mi sombra mueve el brazo que mantengo quieto descansaré.
[47]
Cada mañana el invierno
coloca mi ventana en su caballete, se sienta delante, y practica el sfumato sobre la desnudez de los
árboles.
[48]
Deslizó el amor una
carta por debajo de la puerta y qué engatusadores ojos hubieran salido del
sobre de haberla abierto.
[49]
Le ha puesto una
cortina a la ventana de sus palabras y por más veces que pasee por delante solo
escucho el mismo silencio.
[50]
Sé que un día ha de
bajarse en esta estación, aguardar carruaje junto a la farola e, inconcreto,
descubrir una pregunta entre sus certezas. Tal vez, la tarde en la que yo no
haya decidido aún regresar.
[51]
Fue la tropelía de unos
jóvenes que una vez dentro no entendieron la razón de los suelos desgastados,
de las rozaduras en la madera, del mantel deshilado. La pesada atmósfera en las
estancias del asilo.
[52]
Y después de haber
tropezado, con los pantalones llenos de barro y un jirón en la camisa, se
yergue y trata recomponerse ajustándose el cinturón.
[53]
Sobre la mesa deja el
vaso vacío y mientras busca la damajuana con la vista se descubre a sí mismo en
el espejo del fondo. Pero no le da al hecho ninguna importancia.
[54]
Dicen que pasa, pero no es cierto. Todas las edades
permanecen en uno, vivas. Candentes, añade el anciano.
[55]
Descuida un pensamiento
cuando se ha sentado sobre el murete de piedra a descansar. Al día siguiente lo
echa en falta y al ir a buscarlo encuentra que ha prendido en el lugar una mata
de florecillas rojas.
[56]
Hay que encender el
candil en pleno día al tiempo que se recoge deprisa el ganado y en el patio se
ocultan las herramientas. Ante el enfado de la tormenta de nada sirven las
razones para apaciguarla.
[57]
Sobre el cauce del Ulla en ocasiones abandono una
hoja otoñal y me consuela verla partir si al poco, simbólica, desaparece.
[58]
Hay quien sueña con los
brazos que le aquieten contra el pecho en los brazos que le calman.
[59]
La canción de las voces
invade las calles, seductora. E insaciable.
[60]
Mármol de Carrara, pan
de oro, togas de terciopelo, pelucas de seda. ¿Cómo cumplirá su jornada así
vestida la verdad?
[61]
El coleccionista se
regala frente a la vitrina con sus instantes de gozo cristalizados, ajeno al
grillo que tararea al otro lado de la ventana.
[62]
Dar un rodeo para no
pasar por delante de la taberna se comprende; mirarla con ojos ofendidos no es
necesario. La vida disfruta de la veda que le proporciona.
[63]
Las orquídeas más
hermosas prenden en parajes solitarios. Poco durarían en el camino por donde
van los carreteros.
[64]
Cada vez que en el
paseo llego a una encrucijada me detengo a dudar si he de seguir por uno u otro
camino. Sé cuál es el mío, pero si esa certeza me obligara a separarme, qué
haría.
[65]
Con las campanas, el
valle de Bastabales en pleno clama a muerto. Como una escolar que hace los
deberes, me he sentado en la mesa de piedra a resolver un problema del libro de
un curso superior.
[66]
Con su orquesta de
crujidos sube la cuesta un carro lleno de desechos y me da por pensar en los
amores que lleva a enterrar.
[67]
Sobre una piedra, la
caja de acuarelas. Un vaso de agua turbia en el suelo. En una mano el pincel,
en la otra el cuaderno. En cada hoja, azules y verdes y el color del papel para
los pétalos de una margarita.
[68]
La flor de la acacia
alfombra la senda. Hay que pasar de puntillas.
[69]
Un campanario que
anuncie cada hora con doce campanadas: el sueño de tantos.
[70]
Nadie más camina por el
campo invernal. Pero al cruzarnos, ha de pasar a la fuerza por mi vereda. Si no
me aparto, por encima de mí.
[71]
Las voces de la fiesta
saltan por la ventana, trastabillan en la hierba y van a tumbarse, beodas,
entre los setos.
[72]
Vagan los ojos tras el
rumbo caprichoso de la mosca que zumba alrededor cuando me siento a descansar.
¿Por qué se parecerá tanto al devenir del pensamiento?
[73]
Menuda, pero
dicharachera, la flor del mirto, cuando brota, imparte una breve lección de
filosofía idealista.
[74]
Aquello que se pierde
en el instante de ser encontrado. Pero inmediatamente se vuelve a buscar.
[75]
En el pedestal de la
estatua del prócer, junto a sus pies de la misma piedra que la sandalia que
calzan, hay un breve espacio que se puede aprovechar para sentarse si se
soporta una pregunta, ¿le huelen?
[76]
De un día que la tuve,
he guardado en este cofre un pedacito de felicidad. Para cuando la necesite.
Aunque no me atrevo a abrirlo, no sea que salga volando.
[77]
No es bosque, aunque
haya umbría. Ofrece calzadas, no sendas. Sonidos, también, entre los que no
canta ni un pájaro. Sobre las baldosas, los pasos extravían los sentidos.
[78]
Me busco por las
calles, tantas veces, sin encontrarme. Como si cualquiera que al pasar a mi
lado en un descuido se hubiera llevado mi interior dentro del bolsillo de la
gabardina.
[79]
Humea la chimenea de la
fábrica. Las nubes la contemplan perplejas. Nadie les ha hablado de que
pudieran nacer del centro de la tierra.
[80]
Chirría la puerta de la
basílica que, tras el retumbo de cerrarse, ahoga todos los sonidos. Hasta que
empiece a caminar.
[81]
Si hay cielo o no en el
cielo solo lo sabe el río, que concienzudamente lo estudia. Un saber que
siempre se está yendo.
[82]
En el mismo baúl,
cuando lo abro para buscar algo, encuentro doblada la ropa que un día usé entre
los vestidos que solo disfruté en sueños. Y no es que los confunda, es que no
los distingo.
[83]
Me ha apenado ver
congelada la fuente, las plantas secas, los pájaros ausentes. Les he dicho que
la vida volverá pronto, pero me han mirado incrédulos, como si fuera una
predicadora lunática.
[84]
En el colmado de tiempo
lo venden por lonchas. De ahí la desilusión al salir con un paquete
insignificante en la mano. Asar de la sardina solo la cola.
[85]
Las cuerdas
desorientadas sobre el mástil partido de la guitarra en el vertedero. Dan ganas
de tensarlas con la mano para escuchar una postrera nota. La que no
pronunciarán.
[86]
Es el destino quien ha
dejado que la ola venga hasta mis pies, los cubra y abandone en el mismo gesto.
El destino, una suerte de cobrador de recibos impagados por otros.
[87]
Cuando vi que no
estaba, lo seguí buscando por todas partes. En los rincones, dentro de los
cuartos cerrados, tras la tapia del huerto. Una manera de encontrarlo cuando
hallarlo no es ya posible.
[88]
Aquel que se sentó
delante del auditorio, el único que encaraba la puerta de salida, al hablar lo
hizo como si ignorase que luego tendríamos que abandonar la sala.
[89]
Una noche salí al patio
con el alma en carne viva. El croar de las ranas, al alzar la vista, parecía
llegar de las estrellas. Aquella sonrisa empezó a curarme.
[90]
Por las ventanas del
conservatorio al pasar oigo un inusual jaleo de voces. En la puerta veo fumar
despreocupado al director del coro.
[91]
Mientras el vagabundo
se venda los pies con unas telas que ha encontrado piensa en los botines que
resonarán sobre las losas del palacio.
[92]
El visionario había
cerrado los ojos para ver más adentro de lo real. En el hospital lo trataron de
ceguera.
[93]
En estas piedras, de
idéntico color que la noche, puedo haber tropezado, pero por donde camino
continúan alumbrándome las estrellas.
[94]
Tantos conocidos,
tantos comensales en las fiestas nunca me despertaron el mínimo interés. En una
playa otoñal quedan sobre la arena, poco tiempo, vestigios de un único
paseante.
[95]
Niñas que oigo cantar
mientras juegan en el jardín. No envejecen con nosotras las canciones que jamás
olvidamos. Solo nos abandonan.
[96]
No me desagrada ver que
la maleza se ha apoderado del huerto durante los días de ausencia. Me saluda,
agradecida, antes de que la azada la invite a partir.
[97]
Las voces últimas se
han apagado. Sobre el mantel, cubiertos sucios, platos en montón, mar de migas,
copas derramadas, viandas a medio morder. No se ha ido a otra parte la vida,
sigue estando aquí. Conmigo.
[98]
Anciana costurera que
va hilando almas en su tejido de hielo. De joven creí, ingenua, que se llamaba
Invierno.
[99]
Cuando leí en público
los versos que había escrito con mayor intensidad en la sala solo quedaban dos
personas, el ordenanza y yo.
[100]