De la mano. José Ángel Cilleruelo. Colección la Gruta de las Palabras. Prensa de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2023. 88 pp.
Vuelve al verso en su último
libro J. Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960). Tras El ausente. Cien
autorretratos (Trea, Gijón, 2021) y Dedos de leñador. (Días de
2019), publicado por Polibea en 2021, la exquisita colección La gruta de
las palabras (dirigida con mimo por Fernando Sanmartín) acoge el cuarto libro
del autor: ‘De la mano’.
La
materia, el tiempo y el amor trenzan este último título. Estos tres nombres
podrían servir de avanzadilla para presentar las tres partes que lo componen:
“Manos”, “Azul de azules” y “De la mano”, con veinte, diez y treinta
composiciones respectivamente. Esta última parte da título al volumen,
resaltado en blanco sobre la cubierta anaranjada junto a la sutil ilustración
(que recuerda a las líneas de la palma de la mano) de Jesús Cisneros.
En la
primera parte las protagonistas son ellas, las manos. Sus gestos articulan la
indagación del texto sobre algunas constantes en la poesía del autor: el paso
del tiempo, la ausencia como marca presente de lo vivido, la incertidumbre, la
armonía, la creación, entre otras. Las manos materializan nuestras acciones,
sus gestos hablan de la actitud con que las realizamos e incluso de aquello que
no queremos que se perciba. En este sentido, los títulos de los poemas son
significativos: nombres todos, la mayoría abstractos («La presencia», «La
ausencia», «La experiencia», «La Filosofía», etc.), receptores de la idea o
reflexión oculta en la gestualidad percibida o descrita. El poema titulado «La
materia» contiene los versos que podrían ejercer de poética de esta sección:
«son los objetos quienes se sujetan/a la mano con sus capacidades/cuando la
mano los sostiene./ Por miedo a no existir». Así también las ideas se sujetan a
la escritura para que el pensamiento pueda darles cuerpo y retenerlas.
Trascendencia invisible de las manos si no es por unos versos que atraparon su
movimiento y su quehacer. «Manos» se convierte en ejercicio metonímico del
hombre que siente, piensa y escribe sin que esos tres verbos puedan
secuenciarse, fundidos como están en la metáfora y en la vida del poeta.
En los
diez textos de la segunda parte («Azul de azules») la luz es el motivo
principal. Con ella, también, las sombras, la oscuridad, los matices de color
que va imprimiendo el paso del tiempo en la mirada, a menudo nostálgica, alguna
vez sombría. El poema 4 condensa todos estos significados a través del símbolo
de la llama como combustión del tiempo: arde la vida y la memoria en luz, deja
un rastro de humo cuyo testigo recoge el poeta al escribir («humo cuyo tizne/
parece emparentado con la tinta»). Hueco, sombra, espejismo, carcoma, abandono,
oscuridad, arrumbamiento… nombres que van transcurriendo en las páginas hasta
amansarse y suavizar lo que asusta o desorienta: lo insondable.
El poeta
acude al río para entender su propio devenir, actualizando esta clásica imagen
del fluir del tiempo y sus sedimentos. José Ángel Cilleruelo se detiene en los
cauces secos que, cual arrugas, hablan de la corriente de lo vivido. Sobre esa
tierra horadada hablan las cicatrices del tiempo en la piel del campo,
fluyen los pensamientos del escritor colmando su cauce. Corriente y pensamiento
se mimetizan para ocupar el vacío y llenarlo de sentido.
Son
numerosas las personificaciones en esta sección: la madrugada pinta, la luz
desorienta, la noche tiene mal aliento… La conciencia del tiempo vivifica el
entorno, al tiempo que lo descubre huyendo y persistiendo en los huecos que
deja esa huida.
No por
azar la tercera parte (“De la mano”) da título al libro. Se trata de un
diccionario amoroso, de una colección de estampas cómplices, de un tratado
sobre la intimidad, donde, además, comparecen la reflexión sobre el paso del
tiempo, la personificación del entorno natural y urbano en diálogo e
interacción con la pareja, y la materialidad del cuerpo (en especial las manos)
como caligrafía del código secreto que establecen los amantes.
Los
poemas de esta sección están estrechamente unidos a muchas frases de Becqueriana (Isla
de Siltolá, 2015). Allí leemos «El carmín que me habla en la servilleta donde
dejas un beso construye un lugar». Y aquí, «Lo que dices le cambia el tacto/a
la áspera, dura, hermética/ realidad»; allí, «Contigo aprendo a enseñarte mi
alma», y aquí, «Hablar yo solo es siempre hablar contigo»; allí, «La espera es
la víspera de la celebración. Es presentimiento. Es vecindad de la plenitud», y
aquí leemos el poema «Plenitud»: «Nuestra presencia llena el mundo[…]/ Todo
brilla perfecto ahora./ Lo que al llegar estaba tan vacío». Los elementos
comunes entre ambos libros, de especial querencia para el escritor, son
numerosos: la música, los pájaros, las inflexiones de la luz sobre el paisaje,
el río, las flores…
De la
mano es
la partitura, la síntesis de la poesía amorosa de JAC. En ella se condensa con
matices precisos (y preciosos) el abecedario secreto de gestos, miradas y
susurros inherentes a la relación amorosa. Y así, de la mano, como parejas
enamoradas, van muchos de los versos de esta tercera parte. Unas veces ligados
por el paralelismo (como en «Sentimiento», «Noctívago» o «Nidos»), otras veces
engastados en el pronombre nosotros («Otoño», «Relato», «Las prendas»,
«Mixtura»), o en el tú y yo («Caligrafía», «Desplazamientos»).
La
complicidad conquista cada resquicio del mundo, gana parcelas al vacío y
escribe páginas en la memoria de los amantes. Un parque, un café, el autobús,
los recados, un día de nieve o lluvia, cuanto ocurre es
reseñable a la luz de la constancia en el amor.
La
plenitud vital de estos poemas tiene su eco en la naturalidad y sencillez del
lenguaje, más descriptivo, de pinceladas ligeras y hasta juguetonas; también contagia
viveza a las personificaciones: el viento se viste, el invierno abre la maleta,
los árboles se desmelenan al bailar…Y, cómo no, estalla en el brillo de esos
hallazgos breves tan frecuentes en la poesía de José Ángel Cilleruelo, que nos
abren los ojos de par en par.