Lúcidos brotes líricos: Ventana ciega
Mixtura, Barcelona, 2024
José Ángel Cilleruelo es uno de los escritores que ha mostrado en los últimos años un compromiso más firme y exigente con el género más breve (se le llame aforismo, apunte, nota, fragmento o como se quiera). Aunque hasta ahora solo contaba en su haber con un único libro, Lunáticos, lo cierto es que de manera puntual (como un reloj) ha venido publicando en su blog una entrega de sus más recientes creaciones en este ámbito, además de incluirlos en las sucesivas entregas de sus diarios editados, presentándose así -frente a advenedizos, oportunistas y pelotaris de diverso pelaje- como un auténtico militante del mismo.
No es Cilleruelo un autor que se permita ni la más mínima licencia ni concesión a la tan concurrida galería aforística. Son las suyas unas frases concentradas, lúcidas, atentas al brillo que desprenden los objetos y sus colisiones con una subjetividad siempre arrobada ante el milagro del mundo. En su dicción extática, se rebasa el ensimismamiento aparente de la expresión con la apertura generosa a las percepciones: de este modo, el dique que separa, en la existencia común, lo interior y lo exterior, cae abatido por la impregnación de una entrega total a lo sensible (que, por serlo, parece ocultar un aura espiritual deseando ser revelada).
Las virtudes heurísticas del aforismo encuentran en Cilleruelo a un devoto practicante. Por ello es de celebrar que la editorial Mixtura -un sello de intachable trayectoria y probada calidad- haya decidido dar a luz esta Ventana ciega, donde el autor vuelve a dar muestra de su admirable congruencia poética, la cual nunca resulta previsible ni rutinaria. De hecho, cada nuevo apunte supone la constatación de una verdadera epifanía de lo real (no de los conceptos de lo real), de su brotar ante una conciencia pendiente, agradecida y servicial, descorriendo las cortinas que opacan nuestra mirada para permitirnos captar, en su pureza, cada nueva experiencia del sujeto en el fluir del tiempo.
Ello no obsta para que el autor deje de consignar, de manera ocasional, las reflexiones que le asaltan, pero nunca obedece a un prurito intelectualista, sino a la lealtad del autor para con lo que le acaece, ya sea una sensación o, por qué no, una idea. Y es que las ideas no dejan de ser las sensaciones con que nuestro pensamiento se reconoce a sí mismo como un ente genuinamente vivo.
El saldo final es altamente satisfactorio. Cilleruelo es un valor seguro para el aforismo que vuela alto sin dejar de permanecer fiel al pálpito de la vida. Leer su libro implica embarcarse en un viaje que, a buen seguro, nos deparará, no solo una sucesión de hallazgos afortunados, sino una nueva ocasión para recordar -por si lo hubiéramos olvidado- que no hemos nacido únicamente para comer, trabajar, divertirnos y dormir, sino, por encima de todo, para prestar la máxima atención a todos y cada uno de los instantes que componen la textura de los días, pues es en ellos donde reside la penúltima esperanza de redención para un mundo de donde los dioses parecen haberse ausentado (quién sabe si para siempre).
En el interior de una nube. Donde vives lo mismo que han vivido.
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El punzón que araña el papel crea los significados que no están.
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El camino de regreso debe ser también un camino de ida.
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No recuerdo lo que pensé entonces, pero sí dónde.
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A veces se han quedado cerradas las puertas que se dejan abiertas.
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La flor de la acacia alfombra la senda. Hay que pasar de puntillas.
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La algarabía de alas que se desata nada más abrir la puerta del campanario.