1
Anclado en el puerto y sujeto al noray, un barco es un
cuaderno con las hojas en blanco. Un nieto del Pequod que muestra orgulloso la
foto de su abuelo a quien se acerque. Así funciona el mecanismo de la ficción.
Una piedra que lanza el niño a espaldas de sus padres por ver cómo se rompe el
cristal del agua en forma de círculos que no acaban. Y lo que era fiel pizarra
que mostraba las ecuaciones de la realidad, de repente se transforma en
plasticidad ininteligible. Desconocido idioma que el muchacho, ya castigado en
un banco, tampoco traduce.
2
Una mañana salieron todas las embarcaciones menos la suya,
que se quedó amarrada, oscilando, pensativa. Tampoco apareció el viejo al día
siguiente ni al otro. Semanas después se subió a la barca un joven, le echó
fuel al motor y la arrancó. Salió a pescar con los demás. Dijo que se llamaba
Ernesto. Igual que el viejo. Pensamos que quizá fuera un hijo. Pródigo, no sé.
Al cabo de un tiempo Ernesto ya era él. Alguien le preguntó por el otro, por el
dueño de la barca. Le respondió de espaldas, con desprecio: El único Ernesto que existe soy yo.
3
—Sí, es de los nuestros.
—Es cierto. Pero.
—Nada de peros. Es uno de los nuestros. Y basta.
—De acuerdo, de acuerdo. Sí, estoy de acuerdo.
—¿Entonces?
—Bueno, está aquel escrito, ya sabes. Quizá lo redactó sin
creerlo.
—Di obligado.
—Quizá empujado por las circunstancias.
—Di manipulado. ¡Coaccionado!
—Pero ahí está. El texto.
—Como si no estuviera. Lo quitaremos de las obras completas.
—No se puede hacer eso.
—¿Por qué? Tú mismo lo has dicho. Obligado y manipulado. Son
palabras tuyas. Luego, si no es suyo, hay que retirarlo.
—Eso es imposible.
—Me pregunto si tú eres de los nuestros.
4
Es rubia. La piel muy blanca. Nieve recién caída sobre los
prados, la piel. El cabello del color de los atardeceres de verano. No de los
de ahora, de los de antes. Y alrededor de su cuello blanco, un lazo azul. Un
collar, sí, tal vez. La melena, una red que atrapa las miradas. Su vientre, un
óvalo perfecto. Sus manos son las mías cuando suelto el cabo y se desliza sobre
la sábana del puerto hacia la bocana. El chapoteo de sus pasos cuando la
impulsa el remo. Se llama Laura. Se llama Madonna Laura. Y está en venta.
5
El aburrimiento le llevó al extremo de escribir versos.
Contó sílabas con los dedos, aunque no recordaba dónde iban los acentos. Los
dejó allí donde cayeran. Total, nadie iba a leerlo. Sentado en la escollera,
reunió unas cuantas palabras que le parecieron hermosas. Poéticas. Al cabo de
un rato se sentía exultante. Un poema. Mejor: ¡Un poema! Arrancó la hoja de la
agenda. En una papelera encontró un bote de mermelada. Sucio. Guardó el papel,
lo cerró y lo lanzó al mar. Esperanzado. Regresó paseando. Al doblar el muelle
del puerto deportivo vio un tronco flotando. Al lado, su tarro.
6
Biu biu biuti ful, jolí, linda jolí. No not no te digo más.
O ni me menos. Biu biuti biutiful. Jolí. Co como quie quiera que se di diga.
Chun chune frau. Frau. Chun. Jolí, linda jolí. Si si pudiera pudiera de decir
telo en ver en ver en verso. Odi Odis Odiseo como Odiseo al palo al palo ama
amarr amarra do amarrado al palo al palo. Biuti, jolí, frau, lin linda. Odi
Odiseo yo yo. Tú si tú si tú sirena. Yo be be bebi do. Tú tú al tú alco ho ho
hol. Chun frau. Linda. Jolí.
7
«Siete es el número de los silencios». Lo escribí en aquel
libro que mereció el Premio Local. No sé por qué nunca se cita este premio. Los
premios no tienen importancia, pero si se citan, hay que citarlos bien. «El
siete se estremece ante el silencio». Este verso causó pavor en el jurado del
Premio Regional, decisivo en mi carrera. Ahora me concentro en el Premio
Nacional. Por cierto, ya no puedo hablar de números, el presidente del jurado
es alérgico a las matemáticas. Ni del silencio, Fulanito es pro discurso. Y
Menganito, ¿qué pensará Menganito de lo que pienso?