Tenía una razón para confiar en mí: era su hermano. No olvido escribir. Nada más levantarme, aún antes del café, me he sentado ante una hoja en blanco y he empezado a anotar. A las 8:41 se calza las zapatillas. De una mujer delgada, sutil, parecen sus pasos por el pavimento. He contado cinco hasta que alcanza la taza del sanitario. No me hubieran despertado si mi desvelo no fuera tan pertinaz. Se sienta inmediatamente, sin que le dé tiempo a desprenderse de ninguna prenda. Siguen siendo las 8:41 cuando empieza a orinar. He cerrado los ojos y me he
2 Las pulsiones del verbo
La narración ha de elegir su temporalidad entre las diversas
pulsiones del verbo. Así, Ladridos al
amanecer se conjuga en tres tiempos y un cuarto implícito. En primer lugar
está el presente, que se trenza cuando la trama cobra consciencia de su
inanidad, callejón sin salida incapaz de generar memoria. Por su parte, el
pasado se bifurca, contradiciéndose. Del remoto, la infancia, emana
afectividad, admiración, credibilidad. Del reciente, la madurez, la crecida de
la indiferencia, el desmoronamiento. La narración entrevera estampas de estas
tres épocas, aunque amenazadas siempre por un tiempo que sin haber llegado todo
lo condiciona, el miedo.
3 El autor no es quien conduce el Trabant
Me gusta documentar las novelas a posteriori, una vez escritas. Con tal fin entro en el Museo de la
DDR de Berlín. Allí reproducen un típico comedor obrero: muebles de fórmica,
sofá de eskai y detrás, un cuadro con caballos desbocados por el bosque, el
televisor presidiendo… los mismos comedores de mi adolescencia. Disfruto más
subiéndome al Trabant que exponen. Me sitúo en la experiencia del protagonista
y repaso con él su desesperado viaje desde el este hacia el sur. El trabbi transmite una extraña comodidad
y, curiosamente, amplitud. El cambio de marchas es complicado; para mí, no para
él.
4 ¿Suplantar o intensificar el tiempo?
Los libros alteran la percepción del tiempo inmediato. Los
hay que lo suplantan. Por fuera y por dentro. Calzado para su suelo áspero e
impostación de una trama. Leo una novela policiaca y la tarde se me va en ello,
sin más, mi cabeza sumida en la fantasmagoría creada por un autor. No son
mejores ni peores, sí exitosos. En otros, la afectación del tiempo no borra el
agraz de quien lo lee, lo acentúa, la tarde camina por el mismo sendero
escarpado por donde se aventuraba y el pensamiento gira, como las aspas de una
hélice, sobre sí mismo.
5 De la trama
Dos hermanos. Pongamos que el mayor ha descubierto las
fisuras de un régimen autocrático para ubicarse en él, placenteramente. Le ha
señalado el camino al menor, que disfruta de la vida ideada por su hermano a la
sombra de la legalidad. En la DDR su apartamento tiene los mismos objetos que
en cualquier piso de Berlín Oeste. Trata de disfrutarlos, como si le dijeran
algo. Trata de que todo aquello tenga sentido, sin lograrlo. Cuanto más los
llena, más vacuos le parecen los días. Sólo se vislumbra a sí mismo al otro
lado de la traición. Que persigue en vano.
6 La trama continúa
Dos hermanos. Pongamos que la traición, durante años un
gesto inútil, por casualidad ha dinamitado los signos que, colocados por el
hermano mayor, trazaban sus vidas. Todo aquello en lo que le habían hecho creer
—su bienestar, el tocadiscos, la máquina de afeitar, sus privilegios e ideas
del mundo— se lo ha llevado la nube de escombros que deja a su espalda. También
al hermano, que acaso ya sólo piense en matarlo. Escapa y continúa huyendo
cuando la distancia entre ambos parece insalvable. Sin símbolos antes ni
delante, la huida se convierte en su única vida propia. Razón de ser.
Una novela no ha de hablar de poética, ni de generaciones,
ni del destino, pero sin una idea implícita de esas tres cosas, ¿para qué
leerla? O mejor, ¿para qué escribirla? Los informes del confidente político se
parecen a los poemas: revelan lo oculto, pero a nadie le interesa leerlos.
Acaso haya demasiados delatores y lo único de verdad desconocido sea la
claridad. Si descubre que aquello que da sentido a su vida no es suyo, sino del
hermano mayor, acaso confunda las líneas que separan realidad y vacío. Su
memoria se convierte así en un puesto de baratijas, áptera.
[Septiembre, 2011]