Gramática del tragaluz


1

Por decir (por empezar este poema con alguna exaltación) digo que a veces te confundo, ventana de biblioteca, con el libro que estoy leyendo dentro. También es, abierto, un rectángulo y posee, como tú, hojas. Te abre a ti el bibliotecario las mañanas de verano porque das al norte y esa referencia, que ha leído en novelas donde puede pisar la nieve sobre la que nunca ha caminado, le refresca. En invierno, la cierra, aunque ni siquiera un poco de hielo se ha tumbado nunca sobre el peinazo de los cuarterones. No es que te lea, ventanal, solo me distraes.

2

La geometría es una disciplina interior. Penetra por el equilibrio rectangular de una ventana y reproduce su forma de entrar en paredes y suelos. El mismo orden se advierte en los objetos, cuya disposición tiende a que pasen desapercibidos en su silencio. Nada se puede aventurar de quienes se han puesto ahora a hablar con gesticulación discreta. Desde fuera (donde escribo esta nota en mi cuaderno) es el escenario que aprovecha el aprendiz de titiritero para realizar ejercicios de dedos. Sin diálogo la viñeta permanece huérfana de historia. Mera descripción del candor geométrico del vacío. Un espejo que no mira.

3

Un poco más cada día, extiende el cuerpo y el brazo y los dedos de la mano, todo su verdor, por tratar de alcanzar. Su carácter exterior (más: su absoluta necesidad de exterior) queriendo entrar. Un gesto que carecería de importancia si no me encontrara en el interior viendo cómo no me llega la luz que al árbol le hace crecer. Se diría que se acerca en forma de hojas que arañan o acarician el cristal, inmutable perfil egipcio. Y si la abriera, la ventana entregaría a la curiosidad un interior y a mí una sombra temblando en el suelo.

4

Una renuncia a la comodidad: dos cojines de cama en el alféizar. Al pasear por el jardín hay quien se pregunta si es lícito echar un vistazo rápido hacia el interior de una ventana entreabierta. Una fisura en el monolito de la fachada. (Existe también quien no se hace preguntas por no resultar indiscreto consigo mismo, y no es quien pasa sin mirar). Las ranuras en los muros eran la escritura del miedo. Girar la cabeza para observar dentro de la rendija es una aseveración filosófica, la de quien considera que en la realidad no todo ha sido explicado convenientemente.

5

Mínimas astillas de hielo se acumulan poco a poco en la madera y permanecen pegadas durante horas en el cristal. Tejen opacidades. Las cortinas que no hay para limitar una luz que tampoco existe. El cuadrado de cuadrados blancos. Una realidad que ha perdido su pigmentación. El invierno. A veces el viento trae la nieve hasta el círculo de luz bajo el cual abro el libro que estoy leyendo. Virutas del mismo color que el papel cubren las manchas de tinta. Esos ojos que me miran con sus significados han dejado de verme. El resto de la sala, a oscuras.

6

Fuera es una manera fugaz de estar dentro. El tiempo en el que se rebasa una abertura en las cortinas. Un interior, y poco después, otro. Avanzar por la calzada es también atravesar la ciudad de sala en sala, de cuarto en cuarto (tratar un universo en un relámpago). Hay una manera ensimismada de caminar y otra aforística, que resuelve los enigmas de la realidad de un vistazo. Fuera es una manera pasajera de no estar dentro de uno por estarlo dentro de lugares desconocidos en los que, con certeza, el tiempo de rebasar una ventana se es otra persona.

7

Donde exista una ventana hay otras a las que nunca podrá decirles algo de cara. (País de soledad en paralelo). El lugar que contemplo, sin embargo, lo están viendo otros ojos de los que nunca sabré nada. Ni me importará no saberlo. Tampoco conozco el nombre ni las inquietudes de aquellos cuyo aliento respiro en el autobús a la hora punta. Es a lo que llaman ciudad. Un conjunto ordenado de miradas. Y lo más curioso, sin que nadie se dé cuenta. Ni siquiera yo, ahora, cuando me asomo a la ventana como un rito de paso. Hacia la cocina.

[Marzo, 2019]