Egon Schiele | Autorretratos del encierro


1 | empecé a pintar, para no hundirme del todo, con los dedos temblorosos, humedecidos por mi amarga saliva | 16 de abril de 1912

En grietas y hendiduras del revoque. En voces raspadas sobre el yeso y la piedra. En la oscuridad. Me reencuentro. Lo áspero me pronuncia. Lo tosco. Me ilumina lo punzante. El tiempo que se desploma desvanecido sobre las losas. Rugosas, húmedas. Donde yace mi cuerpo ahora. Ni siento las piernas. Los brazos alzados, las manos me descubren lo que no estoy viendo solo como lo sabe encarnar un espejo. En ranuras y agujeros. Soy la realidad que palpo y la tiniebla es el color de mi piel. Única certidumbre en la prisión. Dentro de lo quieto, las paredes en danza.

2| Al fin papel, lápiz, pinceles y pinturas para dibujar y escribir | 16 de abril de 1912


En la sujeción del lápiz, tras haberlo tomado de donde reposa, actúa la certeza. Tal como lo recuerdo. El índice dirige, pulgar y corazón sostienen, con qué presteza. La que de súbito se asusta ante el papel que poco contiene, salvo el deseo de decir. Una voluntad aún mayor que la mía por huir la suya por expresar. A unos centímetros, ensaya el trazo. Un gesto hacia la derecha, en el aire, una imaginaria línea de encuadre, una transversal, su opuesta. Lo blanco, mudo. Un círculo y otros interiores. Y allí donde no hay nada, rasgos del que se mira.

3| el catre de tablas viejas y mal ensambladas, la colcha tosca y cubierta de pelusa | 17 de abril de 1912


Si una mañana de sol los vencejos trazaron sus vuelos de geometría no euclidiana sobre la arboleda estival, mientras en la hierba, cuajada de flores, descansaban los cuerpos desnudos a los que solo la brisa osaba acercarse, la he abandonado como se olvida un trasto inútil en el vertedero. Y junto a la estampa que nunca he pintado se ha extraviado aquella elegante aspiración a la hermosura. ¿Qué expresa de la oscuridad de mis días lo bello? El vencejo polvoriento entre guijarros, el cielo tormentoso, la hierba seca, el arroyo turbio, la desnuda ausente, los colores ya en su osario.

4| Tengo que vivir en medio de mis excrementos, respirar mi hálito viscoso y envenenado | 17 de abril de 1912


En este presente encharcado no llueve. Los arroyos no saltan las piedras, jocosos. Las cascadas no disfrutan, traviesas, de su ausencia de vértigo. El mar no se arremolina, encrespado, ni muestra el más nimio de sus innúmeros, incesantes rostros. Ni siquiera una palabra consiguen ser. De mí, por más que me busque, no quedan ríos, afluentes, meandros, deltas. El agua estancada de los días es lo única que me devuelve el gesto si lo encaro. Se burla de mí. No me veo en parte alguna. No reconozco el cuerpo ni comprendo mi pensamiento. No hay más yo que estas heces.

5| He pintado el catre de mi celda. Una naranja brillante… | 19 de abril de 1912


Entre el verde uniformado de las copas, el destello de las mandarinas, el fulgor de los nísperos; ocultas en la áspera tierra la fiereza de las zanahorias, la paciente sabiduría de las calabazas; el esplendor de las llamas que acaban con las paredes de madera, el regocijo de las dalias, el donaire de los tulipanes. La victoria del color sobre la monotonía del lenguaje. Tonos pardos que se reclinan hoy ante mi camastro y piden perdón por su insipidez. El triunfo naranja de lo cítrico y floral, de los grandiosos anocheceres del verano. Resplandor de manos que son mis manos.

6| Sin embargo, por mi arte y por aquellos a quien amo, hasta el último aliento resistiré | 25 de abril de 1912


Del ferrocarril me ha quedado el recuerdo de lo que se está yendo en cada momento. Ruidos, ajetreo, voces, un silbato. El mundo dentro de un baúl que arrastra por el andén el mozo de cuerda. Las despedidas, flores que arrancan un repentino traqueteo, una explosión, la nube de humo negro. Del Danubio conservo lo que el agua no consigue llevarse a su paso. Los pilares de puente, de sólida piedra, corazón que rechaza cualquier caricia. Inalterable también permanece la imagen que proyecto sobre la superficie si me asomo desde la barandilla. La corriente la ondula, pero la sombra resiste.

7| A mi alrededor todos los colores han desaparecido | 1 de mayo de 1912


Solo el carboncillo me narra. Ni sé dónde esparciría unas gotas de bermellón, que solo imagino como la sangre que en el mismo momento de brotar dejaría de ver. Cuándo darle un verde arlequín a mi ropa interior para que me arranque una sonrisa, gesto que no consigo recordar cómo se compone en el rostro. Qué índigo quisiera para repasar la mancha de mis ojos si pudiera contemplar con qué desprecio me están mirando ahora. Ignoro qué cantidad de topacio tostaría brazos y piernas descubiertos si no estuviera tan acostumbrado a verlos encharcados en la negrura húmeda de esta luz.

8| sujeto solo a una ley que no es la de la multitud | 1 de mayo de 1912


A veces entra por el cuadrado azul que ciega el patio un gorrión solitario. Revolotea ante la profusión de rejas y pronto descubre que nada le atrae en el agujero. Pero si por acaso advierte en la arena una semilla y desciende a buscarla, por atraparle algún presidiario se lanza al suelo, y cuando el pájaro, mucho más ágil, emprende la huida, lo insulta y ofende con un colérico diccionario. El resto, que le envuelve expectante, jalea el intento, y si en alguna ocasión lo captura, grita hasta la afonía, sin que ninguna voz haya entre las voces que aclaman.

9| También él quería saber quién era yo | Mayo de 1912


Y cuando me doy la vuelta para ver mi rostro no veo a nadie en el lugar que ocupo. Mi retrato es la silla en la que estoy sentado, vacía. El camastro donde las chinches anidan sin sangre que las alimente. El nombre por el que nadie responde cuando lo vocea el guardián. Lo que entrego como yo a quien interpela por mi pasado en el patio es una incógnita para mí. Me obliga a mirar al suelo e inclinarme con la intención de recoger los añicos que queden de mí en mi sombra. En la arena que la dibuja.

10| por haber hecho dibujos eróticos, o sea, obscenos | Mayo de 1912


Nunca he sido pintor de sala de museo. De poses. De decorados. Un pintor que repite pinturas enmarcadas con pan de oro, que colorea fotografías muertas, que traza sombras en la sombra del genio. Un pelele obnubilado por barnices, por esmaltes. No soy un libro de hojas oscurecidas con el manoseo, trufado hasta el infinito por cintas de colores y en cada una la cita que corresponde. No soy la postrera campana de un huso horario. Unto los pinceles en las secreciones de cuanto padezco. No pretendo ser un artista del erotismo, solo anhelo captar la sublime obscenidad del amor.

11| solo he encontrado máscaras donde la avidez, la maldad estúpida, la pereza mental emergían en las miradas esquivas | Mayo de 1912


Alzados sobre los coturnos de la soberbia, los actores del día se aprietan cada día en la nuca la máscara de la representación. Endurecido lino, arcilla horneada o bronce en realidad no importa, la piel se funde con cualquier materia, crece en los bordes, cubre las fisuras, asimila y se apropia. La voz, dentro, se convierte en el eco de una voz. La mirada, en el hueco de los ojos, carece de piedad. Los actos se suceden en la tragedia del tiempo. Denominan solista a aquel que abandona el coro empuñando un estilete de barro, de madera o de latón.

12| el efecto de un miedo helado | Mayo de 1912


Dentro de la oscuridad se extiende por todas partes el miedo a lo informe e incoloro. En el rasposo y húmedo tacto que devuelven las paredes al ser identificadas emerge el miedo al tiempo zanjado. Sobre el suelo irregular y sucio se arrastra al caminar el miedo a las enfermedades y al delirio. Por el aire infecto de la celda, más caverna que arquitectura, fluye el miedo a las amenazas que profieren las almas en el tránsito de su corrupción. No hay miedo que no escuche y descubra. La ceguera, el vértigo, la enajenación. Una ventisca boreal que me petrifica.

13| No sé cómo puede ocurrir todo esto ni comprendo la razón | Mayo de 1912


Cuando me dijiste que estaba dando de comer con mis dibujos a la jauría que no iba a lamer mis manos impregnadas de pintura después, sino que se lanzaría a devorarlas, no te creí. Quién puede creer que la razón esté tan corrompida como los restos de una paloma muerta al borde del camino. No entraba en mi cabeza, cuando me alertaste de la inquina que mi persona —un inocente encerrado en su taller todo el día— despertaba en las ventanas más altas de Babenbergerstraße. ¿Qué piedra había lanzado yo contra sus cristales para que se desatara todo este odio?

14| Veinticuatro días, o quinientas setenta y seis horas. ¡Una eternidad! | 8 de mayo de 1912


Las astillas que desprende el cepillo del ebanista y se revuelven con el polvo y con las briznas de paja que el aire trae de la parva no pertenecen al tiempo, son desperdicio. El tiempo es la madera que sierra y labra hasta montar una mesa, el torneado de las patas, la taracea del tablero. La escoba arrastra mis días entre estas paredes hasta la boca ciega del sumidero. Las esquirlas de las piezas rotas, los grumos de los barnices secos, las trizas del lijado: la vida arrancada de mi vida. Ha dejado de ser duración el tiempo del encierro.