Hopperiana


01
El ademán administrativo de la farola encendida tramita con insectos el movimiento de la salamandra. Ufano de su geometría, el enladrillado de la tapia mal iluminada descredita la libertina idea de laberinto. En el círculo de maleza que se dibuja al pie, un roedor con mono de camuflaje juega al solitario y de vez en cuando lanza una carta con mohín irritado, sin que nadie sepa cómo le va la partida. A lo lejos, un perro le ladra a la luna. La oscuridad urde, aunque sin propósito. Nada existe más ajeno a la experiencia del vigilante nocturno que lo inesperado.

02
A sí misma se contempla en el reflejo de los cristales, larga melena. Con destellos de oro. Cuajada de grano. En la ladera bascula a capricho de la brisa. Se gusta, marea amarilla. Don. Cuarteada por el espejo de los vanos donde se mira, incapaces de captar su extensión, que es también la vastedad del verano. Hay gritos de chiquillería alrededor del estanque y una larga mesa con el mantel anudado a las cuatro esquinas. A sí misma se mima, sin descubrir por qué las ventanas permanecen cerradas. Ni por qué un rumor mecánico ahoga el canto de los pájaros.

03
Al levantarse de la silla frente al caballete, artista maduro y posiblemente impedido, el tiempo le habrá dado un codazo al bote de los morados derramando sobre el cielo el color que lo inflama. Cada día un poco más torpe, reflexiona, al alzar los ojos por encima de la alameda antes de echar la llave a la primera bomba de gasolina. Cada día un poco más qué, piensa frente a la segunda. Y ante la tercera se detiene. No han parado suficientes vehículos. Uno que ahora llenara el depósito compensaría la jornada. Aguarda, la vista en la carretera. Silencio. Oscurece.

04
El guante que se corresponde con la mano que sujeta el asa de la tacita de café no está sobre la mesa. Ni apretado en la mano izquierda, que permanece enguantada. En la cristalera la realidad se resume en el reflejo de la hilera de lámparas que iluminan el local. Un radiador de pared, junto a la puerta, se ve cuestionado al comprobar cómo la joven no se ha quitado el abrigo ni la pamela. El camarero, al otro lado del salón, la mira decepcionado. La muchacha observa la noche en su taza. Cuando la haya bebido, seguirá la noche.

05
Luz para insomnes, dicen. Tantos palés de ladrillos, la hormigonera sin descanso y la pericia de los albañiles para ir trazando un círculo que ascendiera al cielo. En la biblioteca pedí un volumen de arte babilónico. En verano colocan un ventilador delante de los anaqueles con los libros que nadie lee. Las páginas corren solas. Es como leer en un avión mientras me informaba sobre las grandes torres de babel. La nuestra, una vez alzada, se ha quedado muda. Solo la iluminan para los noctámbulos, que desde lejos no ven el farolillo que dejo encendido en el porche mientras duermo.

06
El oleaje quieto del terciopelo azul del telón y los flecos tan verdes como hieráticos observan. Mientras el operario no baje la palanca que oscurezca la sala y alce la que libera el escenario, la luz excesiva de la platea la convierte en involuntario teatro. Por los corredores avanzan actrices y actores a pesar suyo, concentrados en memorizar un número de asiento que conocen de memoria, empeñados en contrastarlo con la realidad, estudiosos del programa de mano. Personajes cabizbajos ante los ojos de las lámparas y el ojo del cíclope que ha de conmutar su pena durante hora y media.

07
Hay un violín oculto en el silencio de la noche dentro del pasaje subterráneo. Crepitan los tubos de calefacción al enfriarse. Un temblor metálico de persianas bajadas cruje cuando las roza una corriente. Nada oye quien camina, ensordecido por el eco de los pasos al golpear el pavimento. Suena un violín encubierto en el laconismo con el que el camarero del turno de noche vierte en el vaso con hielo un licor. Tampoco se percibe, ahogado por la plegaria que rezan, acodados en la barra, los escasos clientes. Una melodía que se olvida en el cenicero, junto a las colillas.

08
Farmacia de guardia en la avenida, un forúnculo de luz que irrita la piel de la noche. Ante su desvelo se arremolinan en la acera los indolentes que aborrecen el día y beben para que no amanezca nunca y los ansiosos que empuñan el buril de las horas hasta hendir otra muesca detrás de la puerta del tiempo. Los conductores disminuyen la velocidad al pasar frente a mujeres que les gritan las palabras de amor que solo conocen por las películas. El pintor insomne se aleja por una travesía lateral y en el cuaderno de hojas blancas escribe «Silbers Pharmacy».

[Julio, 2018]