Fernando Sanmartín: «Diarios, una forma de reflejar lo cotidiano»


Fernando Sanmartín.
HERALDO DE ARAGÓN, Artes & Letras. 6 de enero de 2004 [fragmento]

Dionisia García escribe sobre «De la mano» en El Ciervo

 

 EL CIERVO nº 802, Noviembre-diciembre, 2023



Federico Abad lee «De la mano» en Letras 21

 

POESÍA

Territorio independiente | Sobre De la mano, de José Ángel Cilleruelo

 LETRAS 21

15 DE DICIEMBRE DE 2023, 9:54

Poesía | FEDERICO ABAD


La poesía de Cilleruelo es esencialmente situacional, si bien encierra la paradoja de ser al mismo tiempo profundamente argumental. Donde otros poetas mayores o menores se detienen en la mera contemplación de la escena, nuestro autor barcelonés la narra de forma sucinta y al mismo tiempo –nueva paradoja– de manera exhaustiva. Es un arte de difícil consecución para el que se sirve de dos recursos: la prosopopeya y una elipsis del grueso del contexto en favor del detalle que le otorga significación. Para su feliz logro explota al máximo la síntesis del discurso mediante el empleo del asíndeton.

He comenzado mencionando las principales figuras retóricas que hallamos en el equipaje literario de Cilleruelo, cuyo versolibrismo se sitúa en las antípodas de la arbitrariedad del poeta inspirado. Su blog El visir de Abisinia pronto cumplirá dieciséis años, y todas sus entradas, a razón de siete o catorce mensuales, son de cien palabras. Hay en él, por tanto, una voluntad de formalizar el rigor de la estructura, y en esta nueva entrega todos los poemas son de catorce versos, variaciones del soneto en diversas combinaciones estróficas que van desde el verso-estrofa al poema-estrofa, transitando por estrofas de dos hasta trece versos. Pero es más: el volumen, que reúne sesenta poemas, se divide en tres partes, de las cuales la tercera comprende treinta, la mitad, veinte la primera y diez la segunda, con lo cual estas dos suman la otra mitad.

Si estuviéramos hablando de un compositor, cabría decir que la forma musical predilecta de Cilleruelo para su obra poética es la de las variaciones. No en vano, el autor viene concibiendo sus títulos a modo de catálogos en torno al tema elegido para dichas variaciones. Este es, por ejemplo, el lugar en Almacén (2014), o el sujeto en Lunáticos (2017) y en El ausente (2021), todos ellos escritos en prosa poética de distinta formulación. Cada poema de Pájaros extraviados (2019) interpreta una imagen distinta de la naturaleza, y cada uno de los del libro que ahora nos ocupa lo hace sobre las manos, una extremidad de poderosa carga simbólica, por lo que la elección no podría haber sido más acertada.

En el primer capítulo, los veinte poemas aparecen titulados con conceptos abstractos. Así, La presencia hace referencia al brazo ausente de una víctima de la talidomida, El orden a las manos de los músicos antes de iniciarse el concierto, y La mitología a las de una joven lectora que huye del café ante el abordaje de un ejecutivo ligón. En el segundo capítulo, bajo el título general de Azul de azules se presentan diez postales sin título que interpretan la desolación causada al yo poético por el paso del tiempo, y que alcanzan el punto álgido de su crudeza en los versos «Cada día quien mira / solo palpa con los ojos cerrados / las cicatrices de un boxeador».

De la mano es el nombre que reúne los treinta poemas del último capítulo, los cuales, al contrario de los del primero, aparecen titulados en su mayoría con nombres concretos. Si el punto de vista del segundo capítulo era el del yo y el primero el del ellos, el tercero es el del nosotros. El poeta expresa la experiencia de observar un universo vivo de la mano de su pareja. Este ciclo deviene así en la celebración del amor sosegado, con versos felices como cuando en Ráfagas, al referirse a la ropa tendida, dice «A mí me gusta que le guste al viento / moverse con tus ropas puestas», o los de El silencio, donde la visión de un gorrión que picotea en una calle acaba así: «Pero en el pensamiento se quedó / instalado el gorrión. Te lo conté. / Hablar yo solo es siempre hablar contigo», o incluso los de Desplazamientos, en los que se describen los susurros de la feliz pareja en el autobús: «Lo que me cuentas nos sitúa / fuera de cuanto ocurre. Narración / paralela. Que nace desde dentro. / Te susurro al oído. Y me sonríes.»

La fuerte presencia de la naturaleza en este capítulo denota, a mi entender, cierta vinculación con el bucolismo de Pájaros extraviados. Al mismo tiempo, y por cerrar el círculo abierto al principio sobre retórica, no podemos pasar por alto el extraordinario empleo que hace Cilleruelo del encabalgamiento en esta nueva entrega de su poesía, lo que le otorga una admirable riqueza rítmica al verso. Estamos ante un poeta cuya larga trayectoria se ha caracterizado siempre por la independencia de su voz y por el interés en explorar palmo a palmo sus territorios literarios. Ojalá las nuevas generaciones sean capaces de acogerse a su magisterio.



De la mano. Autor: José Ángel Cilleruelo. Editorial: Prensas de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2023

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Safo | Lecciones



He visto que algunas de vosotras madrugáis el día que sigue a una noche de galerna. Tras una caminata entre las nieblas de la mañana os dirigís hacia la playa más occidental de la isla. Reconoced lo que buscáis en la arena húmeda cuando es abandonada por la ola, mezclado con los cantos que el agua alisa. Hasta remangáis la túnica en el regazo para depositar los pequeños hallazgos. Conchas nacaradas, caparazones que brillan, valvas que cobijaron alguna perla. Sé que anheláis reunir una colección que adorne vuestro poema. Pero debéis devolverlo todo al mar. No son las palabras certeras.


Qué escaso interés tiene malgastar el pensamiento en la percepción de lo indeseable. No a las lluvias torrenciales, no al sol de la canícula, no al viento enervado, no al oleaje sobre las tablas del barco, no a los ladridos estridentes del perro. ¿Qué dios os escucha que pueda complacer tantos deseos? Estáis cerrando los ojos para mirar, ¿qué veréis entonces? Un no gigantesco que amuralla los campos, el monte, el mar, vuestros vecinos, algún familiar. Los envuelve y os envuelve, alejadas del instante en la melodía de la existencia, aquel que, bien templado, ha de sonar en la cítara.


Un día húmedo, sofocante. Lo estáis sintiendo. Las nieblas se comen una parte de la isla. El mar comparece como amenaza. El viento que expulsa maltrata los arbustos que han prendido en las ranuras entre las piedras. Los pájaros no vuelan, agazapados en su escondite anuncian presagios funestos. Ni sé por qué os habéis aventurado a salir de Ereso en una mañana tan desapacible. Vuestros cuerpos, bañados en sudor, afean con manchas el brillo de las túnicas. No me hubiera extrañado nada haberme encontrado hoy aquí en soledad, puesto que tenía previsto abordar los nadires del encuentro con la belleza.


No son albañiles, fijaos, los que construyen esta casa, sino orfebres de paciencia. Sus manos perfeccionan los adobes con la medida exacta de barro y paja. Las horas ciertas de sol los endurecen, la cuerda señala su lugar equilibrado en el muro. De cada ladrillo y de cada piedra depende la solidez del conjunto. Y al otro lado observad el trabajo de los ebanistas. Con qué destreza tratan la áspera madera hasta que pueda ser acariciada por las manos de un niño. No solo hay que estudiar música y caligrafía para desempeñar el oficio de fijar canciones en las tablillas.


Hablemos de las palabras, ¿es lo que os gustaría que hiciéramos ahora? Ya veo que sí. También me aparece. Las palabras. Veamos qué se puede decir de ellas. Ayudadme. Imaginad que salís al campo después de un día de lluvia. Aspiráis el aroma de la hierba mojada, de los árboles, de la tierra húmeda. De repente, os detiene un charco en el que os emboba, como si fuera un espejo, el cielo. Os encaramáis sobre él y ¿qué veis? Exacto. Os veis a vosotras reflejadas. Pues bien, es lo mismo que contemplar los vocablos ahí detenidos en lugar de usarlos.


Levantad los ojos de la tablilla donde andáis peleándoos con las palabras. La cítara debéis acomodar a los pies de una columna, en el peristilo. Salid del atrio y es conveniente que busquéis una altura desde donde contemplar la puesta de sol sobre la línea del horizonte marino. Admirad intensas, con fruición, los colores que iluminan la oscuridad de vuestras pupilas. Disfrutad. No os digo más. Gritad, si la soledad os lo permite, que es lo más hermoso que habéis visto nunca. Y luego, de vuelta al olvido, empuñad el cálamo de junco como si no hubiera llegado la noche.


Me preguntáis por qué no os acompaño en el paseo que emprendéis cada atardecer hacia el jardín por el sendero de las hortensias. Os preguntáis también por qué, a la vuelta, califico los versos que habéis escrito como superficiales y las correcciones que os propongo, sin haber ido, os parecen que ahondan en lo que deseáis expresar y no habéis sabido cómo. Qué interesante esta cuestión. La respuesta, como todas, es sencilla. Cada anochecer, cuando os vais, me adentro en el jardín con la azada y una tinaja de agua fresca y limpio y riego cada una de las plantas.

Lectura de Francisco Hermoso de Mendoza en DEVANEOS

 

 

Enlace a DEVANEOS

 

«Metáfora y vida en el cuenco de la mano» | Gema Borrachero


Metáfora y vida en el cuenco de la mano 
GEMA BORRACHERO 

22 septiembre, 2023 
 
De la mano. José Ángel Cilleruelo. Colección la Gruta de las Palabras. Prensa de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2023. 88 pp.
 

Vuelve al verso en su último libro J. Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960). Tras El ausente. Cien autorretratos (Trea, Gijón, 2021) y Dedos de leñador. (Días de 2019), publicado por Polibea en 2021, la exquisita colección La gruta de las palabras (dirigida con mimo por Fernando Sanmartín) acoge el cuarto libro del autor: ‘De la mano’.

La materia, el tiempo y el amor trenzan este último título. Estos tres nombres podrían servir de avanzadilla para presentar las tres partes que lo componen: “Manos”, “Azul de azules” y “De la mano”, con veinte, diez y treinta composiciones respectivamente. Esta última parte da título al volumen, resaltado en blanco sobre la cubierta anaranjada junto a la sutil ilustración (que recuerda a las líneas de la palma de la mano) de Jesús Cisneros.

En la primera parte las protagonistas son ellas, las manos. Sus gestos articulan la indagación del texto sobre algunas constantes en la poesía del autor: el paso del tiempo, la ausencia como marca presente de lo vivido, la incertidumbre, la armonía, la creación, entre otras. Las manos materializan nuestras acciones, sus gestos hablan de la actitud con que las realizamos e incluso de aquello que no queremos que se perciba. En este sentido, los títulos de los poemas son significativos: nombres todos, la mayoría abstractos («La presencia», «La ausencia», «La experiencia», «La Filosofía», etc.), receptores de la idea o reflexión oculta en la gestualidad percibida o descrita. El poema titulado «La materia» contiene los versos que podrían ejercer de poética de esta sección: «son los objetos quienes se sujetan/a la mano con sus capacidades/cuando la mano los sostiene./ Por miedo a no existir». Así también las ideas se sujetan a la escritura para que el pensamiento pueda darles cuerpo y retenerlas. Trascendencia invisible de las manos si no es por unos versos que atraparon su movimiento y su quehacer. «Manos» se convierte en ejercicio metonímico del hombre que siente, piensa y escribe sin que esos tres verbos puedan secuenciarse, fundidos como están en la metáfora y en la vida del poeta.

En los diez textos de la segunda parte («Azul de azules») la luz es el motivo principal. Con ella, también, las sombras, la oscuridad, los matices de color que va imprimiendo el paso del tiempo en la mirada, a menudo nostálgica, alguna vez sombría. El poema 4 condensa todos estos significados a través del símbolo de la llama como combustión del tiempo: arde la vida y la memoria en luz, deja un rastro de humo cuyo testigo recoge el poeta al escribir («humo cuyo tizne/ parece emparentado con la tinta»). Hueco, sombra, espejismo, carcoma, abandono, oscuridad, arrumbamiento… nombres que van transcurriendo en las páginas hasta amansarse y suavizar lo que asusta o desorienta: lo insondable.

El poeta acude al río para entender su propio devenir, actualizando esta clásica imagen del fluir del tiempo y sus sedimentos. José Ángel Cilleruelo se detiene en los cauces secos que, cual arrugas, hablan de la corriente de lo vivido. Sobre esa tierra horadada hablan las cicatrices del tiempo en la piel del campo, fluyen los pensamientos del escritor colmando su cauce. Corriente y pensamiento se mimetizan para ocupar el vacío y llenarlo de sentido.

Son numerosas las personificaciones en esta sección: la madrugada pinta, la luz desorienta, la noche tiene mal aliento… La conciencia del tiempo vivifica el entorno, al tiempo que lo descubre huyendo y persistiendo en los huecos que deja esa huida.

No por azar la tercera parte (“De la mano”) da título al libro. Se trata de un diccionario amoroso, de una colección de estampas cómplices, de un tratado sobre la intimidad, donde, además, comparecen la reflexión sobre el paso del tiempo, la personificación del entorno natural y urbano en diálogo e interacción con la pareja, y la materialidad del cuerpo (en especial las manos) como caligrafía del código secreto que establecen los amantes.

Los poemas de esta sección están estrechamente unidos a muchas frases de Becqueriana (Isla de Siltolá, 2015). Allí leemos «El carmín que me habla en la servilleta donde dejas un beso construye un lugar». Y aquí, «Lo que dices le cambia el tacto/a la áspera, dura, hermética/ realidad»; allí, «Contigo aprendo a enseñarte mi alma», y aquí, «Hablar yo solo es siempre hablar contigo»; allí, «La espera es la víspera de la celebración. Es presentimiento. Es vecindad de la plenitud», y aquí leemos el poema «Plenitud»: «Nuestra presencia llena el mundo[…]/ Todo brilla perfecto ahora./ Lo que al llegar estaba tan vacío». Los elementos comunes entre ambos libros, de especial querencia para el escritor, son numerosos: la música, los pájaros, las inflexiones de la luz sobre el paisaje, el río, las flores…

De la mano es la partitura, la síntesis de la poesía amorosa de JAC. En ella se condensa con matices precisos (y preciosos) el abecedario secreto de gestos, miradas y susurros inherentes a la relación amorosa. Y así, de la mano, como parejas enamoradas, van muchos de los versos de esta tercera parte. Unas veces ligados por el paralelismo (como en «Sentimiento», «Noctívago» o «Nidos»), otras veces engastados en el pronombre nosotros («Otoño», «Relato», «Las prendas», «Mixtura»), o en el tú y yo («Caligrafía», «Desplazamientos»).

La complicidad conquista cada resquicio del mundo, gana parcelas al vacío y escribe páginas en la memoria de los amantes. Un parque, un café, el autobús, los recados, un día de nieve o lluvia, cuanto ocurre es reseñable a la luz de la constancia en el amor.

La plenitud vital de estos poemas tiene su eco en la naturalidad y sencillez del lenguaje, más descriptivo, de pinceladas ligeras y hasta juguetonas; también contagia viveza a las personificaciones: el viento se viste, el invierno abre la maleta, los árboles se desmelenan al bailar…Y, cómo no, estalla en el brillo de esos hallazgos breves tan frecuentes en la poesía de José Ángel Cilleruelo, que nos abren los ojos de par en par.

 


Crítica de 'De la mano', de Miguel Ángel Ordovás en El Periódico de Aragón


Poemas que hablan de gestos y de amor

En muchos casos, los poemas de José Ángel Cilleruelo pueden leerse como instantáneas tomadas por un fotógrafo veloz

Miguel Ángel Ordovás
Zaragoza | 22·11·23 

Al titular 'De la mano' este poemario que han publicado las Prensas de la Universidad de Zaragoza, José Ángel Cilleruelo crea una anfibología que ya anuncia el doble contenido que va a encontrar el lector de los versos que le ofrece: por un lado ese título puede leerse como el de un tratado sobre la mano (quizá entonces podría denominarse un manual), mientras que por otro evoca el gesto a menudo afectuoso de ir de la mano dos personas. Son precisamente estas dos alternativas las que plantea el poeta al dividir su libro en tres partes, de las que la primera y la tercera exploran cada uno de los significados, mientras que la central actúa como interludio, sin abandonar nunca del todo el tema central.

Así, en la primera parte, titulada sencillamente 'Manos', quedarían los poemas que muestran manos en acción (así se titula el primer poema, 'La acción'), en lo que podrían denominarse planos de detalle que al captar movimientos cotidianos provocan la reflexión poética del autor, para quien las manos son "dos hermanas que solo rezan juntas". En la tercera parte, que comparte título con el libro, ese movimiento de tomar de la mano se convierte en la puerta de entrada para la expresión del gesto amoroso, que puede encontrarse tanto en el paseo de una tarde de verano como en los nidos construidos “allí donde los pájaros se aman”.

En un libro que tiene a las manos como protagonistas el componente sensorial no puede ser menor. Pero no es solamente el tacto el sentido que da relieve a los versos de José Ángel Cilleruelo, quien recurre frecuentemente a percepciones visuales para construir atmósferas y escenarios donde sitúa los poemas, que en muchos casos pueden leerse como instantáneas tomadas por un fotógrafo veloz. El autor desarrolla esos momentos con un fluir poético que recurre a menudo a los encabalgamientos, dibujando un camino sinuoso de imágenes e ideas que no obstante suele alcanzar en los versos finales un cierre coherente y necesario, como un razonamiento.

 
Enlace El Periódico de Aragón

Nota de José Manuel Benítez Ariza en Facebook sobre «Azada de jardín»

 


Quizá el asunto central de este diario de José Ángel Cilleruelo sea la conciencia de vivir en un presente en el que sutil pero insidiosamente han cambiado las reglas del juego. Ello se puede demostrar a partir de los datos que proporcionan las ciencias sociales, pero también, como es el caso, a partir de la atenta observación de la cotidianidad y el uso de la analogía como asidero para la imaginación que se esfuerza por comprender. Leyéndolo, me parecía estar oyendo a su autor.

Facebook, 18 de octubre de 2023

Lectura de «Azada de jardín (diario)» por José Luis García Martín

 

 

TEORÍAS DE DIARIO 
José Luis García Martín 

Chimeneas JV

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En un camino encuentro al perro de Penélope. Gruñe, amenazador. Inclina la cabeza, como dispuesto a atacarme. Se me ocurre, para calmarlo, decirle: «¿No me conoces? Soy Ulises». De repente cambia el gesto, me mira, abre la boca y deja caer la lengua, que babea como una sábana tendida en una calle de Nápoles. Mueve el rabo con fuerza. Se acerca a mí, conciliador. Le acaricio y se deja acariciar igual que si fuera su amo. La rabia entonces empieza a morderme por dentro, ¿y si Ulises no hubiera regresado nunca y todo hubiera sido una estratagema de otro pretendiente?

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Cuando deja la gorra sobre la mesa de roble me detengo a observar la suciedad que se acumula en los ribetes. Una única mancha grasienta le da la vuelta a todo el perímetro interior. En una esquina de la visera descubro sin problemas el lugar donde los dedos imprimen un leve movimiento de palanca para ponérsela o quitársela. Desde que lo conocí, en los manuscritos renacentistas que consultaba en la biblioteca universitaria, no le he visto con otra gorra ni con una vestimenta diferente. Es el viejo pastor de las églogas, como entonces al hablar esparce pequeñas gotas de saliva.

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Desde una loma algo más alta que la suya veo a lo lejos la reunión de Safo con sus acólitas. Una sombra de aromáticos pinos las acoge. Un arroyo, donde alguna se refresca los pies, ameniza la reunión con su monodia. Los vencejos revolotean en el cielo. No alcanzo, claro, a escuchar las palabras de la maestra. Por cómo se las beben con los ojos daría los míos a cambio de, ciego, escucharlas. Mi vida, ay, solo conoce cabras, encinas, espartos y de vez en cuando una víbora debajo de una piedra. Todo lo que no oigo tampoco sé imaginarlo.

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Retrata mi gesto a carboncillo en un santiamén. No le da tiempo a detenerse en detalles, pero veo cómo capta la impresión que deja un rostro en aquel con quien se cruza casualmente, levísima impresión que un soplo deshace. Ese no quedar nada de mí es lo que me impresiona del dibujo, que me enseña desde el taburete, en mitad del paseo y con un sombrero vuelto del revés en el suelo. Ahí es donde dejo caer unas monedas. Arranca la hoja del cuaderno y me la entrega. «¿Sin firmar?», le pregunto. «Tú eres nadie, igual que yo, fírmalo tú».

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Lo cierto es nunca bajo los soportales oscuros —las bombillas fueron apedreadas hace mucho tiempo— he escuchado al pasar la melodía amable de una flauta, por más que tenga siempre la sensación de que lo voy a oír de un momento a otro. Unas notas tiernas, angelicales, embriagadas de sosiego. En su lugar atraviesa mis oídos la impericia de un taconeo de zapatos cuya altura resulta difícil dominar. Conozco también las frases con las que empiezan las sucintas conversaciones. No me dejo llevar por ellas. Solo espero, un día, distinguir aquellas notas como quien por el piar nombra al pájaro.

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Al final de la senda que abandona el camino tras rebasar el montículo se alza la choza donde habito. Un camastro, una mesa, una silla, un fogón. En el redil una sola oveja bala en pies trocaicos. Sus ancestros conocieron a Ulises, pero los míos solo supieron hablarme de ti. Para el día en el que aparezcas no tengo nada preparado. Me sentaré en un tronco para que ocupes mi asiento, te serviré la sopa en mi plato y yo la rebañaré de la olla. Tan seguro estoy de que no vas a venir como de escucharte deletrear mi nombre.

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En un cuarto trasero del casino sé que se juega de tapadillo a los números babilonios. Cuando creí que tenía lo suficiente para que me dejaran apostar, me presenté con el mejor traje de que disponía y recién salido del peluquero. Aun así, el vigilante me impidió el paso. Necesitaba registrarme. Hice cola, otro día, en las oficinas, pero me faltaba, entre los papeles que exigían, el certificado de nacimiento, por si era un personaje literario. Luego, cuando lo tuve, me preguntaron quién era mi padrino. No supe decir que nadie y el nombre que dije resultó ser aún menos.

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En un rincón de la taberna dormita el deshollinador. El móvil en la mesa, a la espera de algún cliente. Nieto e hijo de deshollinadores, ha heredado un oficio que ya no le sirve para ganarse el pan. Solo, quizá, algún que otro vaso de vino, como el que sostiene ahora en la mano. No hay nada que odie más que la limpieza que proporciona la electricidad. Sueña despierto con una colosal hoguera que lo dejara todo tiznado y tuvieran que llamarle, como medida de urgencia, para que devolviera la luz deslumbrante a las columnas, frisos y frontones del Partenón.

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En la piedra que el joven lanza con audacia al lago por admirar después los círculos concéntricos que provoca sobre su superficie, ¿dónde se esconde el poema? ¿En el ojo que salta desde su órbita tras el impacto y cae a la arena convertido en un amasijo informe de vísceras? ¿O en el cielo sanguinolento que se derrama por las montañas en la puesta de sol de un día de verano? ¿O tal vez en la cadena con la que el accidentado ata a una farola su bicicleta antes de que llegue la ambulancia que se lo ha de llevar?