«De lo efímero eterno», por Manuel Alberca



José Ángel Cilleruelo, Dedos de leñador (días de 2019). 

Prólogo de Juan José Martín Ramos. 

Madrid, Polibea / La espada en el ágata, 2021.


Este libro de José Ángel Cilleruelo pertenece a la categoría del diario literario, es decir, a aquellos diarios que fueron, desde su origen, pensados, escritos y con frecuencia reescritos para ser publicados. El diarismo literario triunfante está representado actualmente en España, sobre todo, por los de Trapiello y García Martín. Cada uno, a su manera, mantiene una actitud desenvuelta, incluso provocadora, que termina por levantar un personaje desafiante, cuyas acciones y opiniones, muchas veces aguerridas y litigantes, ocupan el centro de la escena.

    Cilleruelo adopta una actitud diferente, va en otra dirección y llega a una meta bien distinta. El suyo es un diario púdico, discreto y pacífico. Huye de las peleas de la tribu literaria, y cuando un poeta aparece en sus registros es tratado con respeto y cariño. Véanse a este propósito las dos entradas dedicadas al malogrado José Carlos Cataño.

    En su práctica ordinaria un diario puede integrar un sinfín de registros y cumplir muy variadas funciones: convertirse en un hábito, una costumbre, incluso una rutina, un entretenimiento o una pulsión, un ejercicio terapéutico o una obsesión, un sostén para la memoria personal e incluso un baluarte donde fortalecer la identidad maltrecha, también un entrenamiento para el escritor que aguarda la llegada de la inspiración… Sin despreciar ninguna de estas opciones, Dedos de leñador adopta la forma de un ritual que se impone sus propias reglas en donde salvar los gestos o detalles efímeros de lo cotidiano, allí donde el diarista cree encontrar la esencia de la vida y la simiente de lo poético. Aunque, como es sabido, las reglas existen para ser rotas. Las reglas de este diario como la imposición temporal (cien días y cien entradas), con fecha de comienzo y de finalización predeterminadas (1 de enero-10 de abril de 2019), o la exclusión de ciertos temas (el comentario político o el ejercicio introspectivo)–, son restricciones que resultan transgredidas. De hecho el diario, que debería acabar con la entrada número cien, añade un largo estrambote (“Algunos días más”); del mismo modo, no puede regatear dar su opinión sobre la situación política catalana, al tiempo que, lo quiera o no, acaba dejando huellas de su intimidad. Pero ninguna de estas excepciones a la regla ha desviado a Cilleruelo de su objetivo: el centro de su atención se encuentra en el rescate de los mensajes que emite la cotidianeidad, en apariencia, anodinos. Por su carácter cifrado, efímero y humilde, estas señales son ignoradas por la mirada adormecida y aplastadas por la rutina. En fin, Cilleruelo registra aquellos chispazos que saltan detrás de la evidencia consuetudinaria, que, ahora, en sus registros, cobran sentido y emiten brillos resplandecientes.

    Este diario es insólito, porque consigue algo extraño, casi fantástico, y paradójico: dar relieve de irrealidad a lo real o descubrir lo extraordinario en lo ordinario. Cuando registra hechos cotidianos se produce el milagro de la literatura y aparece lo poético donde no cabría encontrarlo. Lo que parecía banal o pedestre se llena de sentido y cobra un significado inesperado. Una tarde, mientras fregotea las sartenes y pone orden en la cocina, el diarista escucha una retrasmisión deportiva por la radio. No habría sin duda una situación más profana ni menos poética, pero, allí, lo real emerge sin pretensiones, inapelablemente. En otra ocasión el ejemplo abnegado y paciente de una profesora de piano le descubre lo que puede ser la felicidad: “Para mí [la felicidad] está en no renunciar ni a lo excelso ni a lo más humilde en la literatura”. Dedos de leñador pone el foco en lo más fugaz, azaroso y en lo considerado más insignificante, para mostrar que en los pequeños gestos anida una hermosa epopeya de la existencia. Con palabras del autor, este diario consigue “devolverle el significado a la vida menuda”.

    Debería haber comenzado confesando (mea culpa) que no conozco la obra poética de José Ángel Cilleruelo ni sus diarios anteriores, pero, si no me equivoco, este diario trasciende un poeta y un diarista excelentes, que sabe anudar la vida con la literatura sin que la una oculte a la otra y sin que se simplifiquen recíprocamente. Merece la pena este diario; su lectura es una inyección de moral y de fe en la vida. Resulta estimulante lo que Cilleruelo ilumina en la opacidad de lo evidente, aquello que estaba allí esperando ser mirado, pero nadie había visto.

MANUEL ALBERCA


[Clarín nº 157. Enero-febrero, 2022]