1
—Sólo soy una chica.
—¿Y por eso no hay nada más que hablar?
—Y usted un hombre casado.
—Pero además somos personas, y un hombre y una mujer siempre
pueden inventarse a sí mismos.
—Tonterías.
—¿Por qué? Nada hay escrito. La vida está siempre por vivir.
—¿Usted se cree esas pamplinas?
—Claro que me las creo. Todo puede empezar ahora mismo.
¿Quieres probarlo?
—No soy más que una chica. Es verdad que en un momento dado
puedo ser el no va más. Los momentos son así. Pero, los días son otra cosa, y
la vida está llena, llena, de días.
2
Como si Amor, de blanco y con pajarita negra, fuera el
barman ideal. Para aquella tarde, en la coctelera te colocó a ti, enterito, tu
mejor tú, el de la botella que guarda siempre en segunda fila. Añadió un chorro
de crepúsculo de verano. Generoso. Un vasito de olas rompiendo contra las
rocas, y otro de brisa de levante, húmeda y sensual. Lo mezcló, cerró la
coctelera y le dio un golpe seco. Volvió a abrirla para echar unas gotitas de
palabras dulces y espolvoreó caricias. Cuando fue a verterlo en mi cuarto,
entre su espuma apareció un desaprensivo mosquito.
3
Abre la caja de espejuelos y quiere ver dentro la mano. La
cierra. Cuando de nuevo acaricia la tapa busca ver dentro los ojos, y hace por
verlos. La guarda en el primer cajón de la mesilla de noche, cubierta por los
pañuelos limpios. La compró en un mercadillo de artesanos durante las
vacaciones, en una isla. No colocó nada en su interior, pero si la abre allí
está lo que quiera contemplar. La mano, sus ojos, una palabra que le hubiera
gustado escuchar aquella tarde, mientras llovía. Luego la cierra y ya no está
vacía, la caja, los días.
4
La monogamia es uno de los acuerdos sociales que menos
comprometen. De hecho, hoy día un escritor con un adulterio entre las manos no
sabría cómo ganarse la vida. Casi ni los abogados matrimonialistas. Ahora bien,
la monogamia presenta una exigencia máxima cuando el cónyuge es el poder. En
doble sentido: quien lo consigue sólo acepta para sí la monogamia, y los
súbditos penalizan cualquier asomo de bigamia. El poder sigue siendo monógamo,
como en tiempos ancestrales. Y sin embargo, ya nadie, por sí solo, puede
encarnar la sociedad actual, ni ofrecer una biografía que apasione más de diez
minutos.
5
—¿Te gusta?
—El papel es guay.
— Me pasé la tarde envolviéndola. ¿Y el lazo, no te parece
lindo?
—Sí. El lazo. Está curioso.
—Y, ¿no te gusta?
—No, yo no he dicho eso.
—Pero como te fijas en el papel de fuera.
—No, no es eso. No seas mal pensada.
—Entonces, ¿te gusta?
—Bueno, sí. Lo que pasa es que.
—Es que qué.
—Pues que solo es una palabra.
—Sí, eso es, exactamente eso.
—Una palabra. Pensaba que era un regalo.
—Y lo es. Es tu regalo de aniversario.
—Ya. Una palabra: «Verano».
—Sí. ¿No te gusta?
—Si consiguiera entenderte.
6
Al levantar la cerveza un círculo de humedad me observa
beber mientras mis ojos viven otra vida. Con el leve crujido del velcro al
despegarse el vaso ciega de nuevo aquella protuberancia de agua que las luces
de neón desfiguran sobre la mesa, testigo único de un sueño. No hay más oleaje
que la piel desnuda. Y al cristal sudoroso de la bebida permanece anudada la
amarra que sujeta mi cuerpo al muelle de la realidad. Pero el alma, ay, las
almas. Ella se da la vuelta y en la mano agita el infinito, a un paso de la
epifanía.
7
En la ciudad las multitudes horrorizaron al pensamiento
humanista. Hoy no asustan a nadie. Poetas y filósofos acuden cada domingo al
estadio, tan campantes. En el poema «Anfield Stadium», Bonilla escribe: «y
somos una multitud de unos que suman uno». Buena reducción del horror vacui de
las multitudes: suman uno con nosotros, ¿por qué temerlas? Es más, ¿por qué no
amarlas, si juntos sumamos lo mismo que uno? Amemos la multitud; invitémosla a
casa, a nuestro cuarto, entreguémosle el cuerpo, nuestra intimidad (¿nuestra
identidad?). Porque en la ciudad a la multitud lo único que le horroriza es el
pensamiento humanista.
8
Una y otro, en ambos extremos, sujetan el tiempo que refleja
el gran espejo de la sala para que no llueva sobre la barra. El bandoneón en el
suelo, la orquestina se ha retirado. En el cuchitril que un letrero desdentado
llama «camerino» el mate va de mano en mano, y el que fuma ha salido a la pista
a pedirle un pitillo a alguna de las bailarinas. Una y otro esperan el final de
ese descanso para conocerse, ahora atentos sólo a los intervalos polvorientos
que pinta la luna. El contrabajista chisca el mechero. Una chica estira sus
medias.
9
—Pequeña, te quiero.
—¿Decías algo, corazón?
—Claro, pequeña, que te quiero.
—Cielo, grita un poco más, que no te oigo.
—¡Pequeña! ¡Que te quiero!
—¿Que quieres la pequeña? Qué desilusión, yo que te había comprado
la grande.
—No la pequeña, no, pequeña, sólo decía pequeña.
—Ay, pesado, no ves que no te puedo oír. ¿Qué remugas a mis
espaldas?
—¿Yo? Dios mío, si sólo te he dicho que te quiero.
—Y dale. Primero pasas de mí y luego refunfuñas para que no
te escuche.
—¿Yo? Si sólo te he dicho ¡te quiero!
—¿Y ahora, dime qué es lo que quieres?
10
Mecanógrafo del teclado, el pianista se embosca entre sus
propios brazos como ausentándose. Del contrabajo parecen emanar las volutas de
humo que nublan sala y ritmo. La batería salta sobre los charcos y la trompeta
corre calle adelante, así un loco que solo les hablara a las farolas. La música
atronadora expande las almas que chocan contra las paredes y no queda un
resquicio sereno en el club salvo la ínfima cavidad que han formado tu mano y
la mía al apretarse juntas. Una gotita de luz azul, huida del escenario, la ha
buscado para acostarse en su dulce regazo.
11
Entre lo que desaparece en nuestra época y sólo deja rastro
en las vitrinas está el enamoramiento. Enamorados habrá, pero su interés mengua
y su atractivo se acerca a lo espurio. ¿Qué valor tiene que uno se enamore? El
mismo que salga de fiesta. O vaya al teatro. Lo que importa no son los
enamoramientos, sino las rupturas. De una vida sólo cuenta el relato de
desamores. Claro que antes hubo enamoramientos, pero sólo las separaciones
causan impresión, merecen respeto, palabras para ser contadas. Acaso nos
enamoremos sólo para eso, por sentir un día la intensidad de una ruptura
catastrófica.
12
Todo iba fantástico hasta lo de los germinados de soja. Nos
conocimos en un bar, alguien nos había presentado, no sé. Inmediatamente empezamos
a reír. A lo tonto. A cualquier cosa que decía, me mondaba. Le respondía, no
sé, algo, y llorábamos de risa. Fue tan bonito. Tanto. Inmediatamente escribí
un tuit: «Desde que le conozco no he parado de reír». Maribí me dijo que podía
haberme esmerado más, que por eso no lo iba a retuitear. Luego… y después, y al
día siguiente todo iba bien. Pero le puse germinados en la ensalada y gritó:
«¡Qué porquería es esta!».
13
—¿No me dices nada, Nemoroso?
—Las ovejas. Están raras.
—¿Raras, qué les ocurre?
—No balan.
—¿Están tristes, Nemoroso?
—Qué sé yo. Será cosa del tiempo.
—¿El tiempo, qué le pasa al tiempo?
—Está raro.
—¿Está como tus ovejas, Nemoroso?
—Estos calores. No pueden ser buenos.
—Pues diría que hace una temperatura estupenda.
—Quiá. Raro, el tiempo.
—Pero, Nemoroso, si hace unos días preciosos.
—Estos calores. No traen nada bueno.
—¿Y tú, qué me dices de ti?
—Raro.
—¿Cómo de raro, Nemoroso?
—Como las ovejas.
—¿Y Elisa, cómo anda?
—Rara.
—¿Rara?
—Sí, barrunto que lo que quiere es pedirme el divorcio.
14
Vestidos de negro, los cuerpos que acuden al concierto abren
agujeros en la luz. Rizados, largos, umbríos, los cabellos trazan repetidos
eclipses de sol. Chapas, botones y broches lanzan destellos en la tiniebla. La
música ruge. Las letras arañan al atravesar el cerebro. La emoción de haber ido
tropieza en la sala, a empujones cae por los suelos y las botas la pisotean inclementes.
La música brama. La melodía transita hacia el chillido. Las palabras zumban de
uno a otro como baquetas desbocadas. En este simulacro del infierno si tú me
miras con dulzura no se lo diré a nadie.
15
Se ama con la memoria. Fiar al cuerpo el amor es como dejar
a su propia responsabilidad la educación de un niño. Cederlo al alma lo arranca
de la realidad. Claro que se puede vivir la vida en otra vida, a veces con
mayor intensidad, pero no es el propósito del amor. Ideal y cuerpo se alían
bien, sin embargo, para darle profundidad a la memoria de quien ama. Para cavar
en ella los cimientos de una vida. También el desamor se origina y crece desde
la memoria, por eso resulta tan doloroso, porque transforma el sentido de lo
vivido.
16
Pero dijo: «Vos pasás tanto tiempo sola». Ya había tenido
otros pretendientes. Todos me decían: «Ven y la pasaremos bien». Para qué
quiero yo un pretendiente si tengo mi trabajito en el kiosco, donde nadie me
manda ni mando a nadie, mi cuarto con las cositas que me gustan, los programas
nocturnos de la televisión. Para qué problemas, sueños de una noche. Vivo a
gusto y me divertía con los pretendientes, tan igualitos todos, parapetada tras
las neveras de los helados y los expositores de chuches, inalcanzable. Pero
llegó, tan desgarbado, me lo dijo y sí, me vi tan sola.
17
—Y dice, y yo entonces, y me dice.
—Ya. ¿Y te lo dice?
—Sí. Y dice. Entonces yo le miro. Y tarda un rato.
—¿Entonces?
—Entonces dice, voy a decirte algo. Yo le miro, ¿sabes?
—¿Le miras?
—Claro. Y dice.
—Que va a decirte algo.
—Sí, eso mismo. ¿Cómo lo sabes?
—¿Y entonces?
—Y entonces es cuando le miro. Le miro y dice.
—¿Que va a decirte algo, o que quiere decirte algo?
—Ostras. No lo sé. Yo creo que dice que va a decirme algo.
—Sería más bonito decir que quiere decirte algo, ¿no?
—Sí, es verdad. Y dice.
18
Entre silencio y silencio del martinete, mientras el cantaor
respiraba con la mano en alto y el sudor goteándole sobre el pecho desde la
barbilla temblorosa, mis ojos prendieron en los tuyos. Guiado por ellos, aun
sin conocerlos, me había dado la vuelta en el patio de las estatuas, mármol
blanco todos los rostros ensimismados, por descubrir dos teas que humeaban en
la nieve. Rasgó la voz el verso que aguardaba en el silencio, ni amor que no tenga fin, y el quejido
me arrebató la mirada. Cuando volví a buscarlos, solo encontré un vacío: ni
amor que tenga inicio.
19
«Amores imposibles» se titula una de las series poéticas
emblemáticas de la primera época de Jesús Aguado, escrita a finales de los 80.
Los poemas narran breves historias de relaciones truncadas. Uno empieza así:
«Su pasión era hacer el amor en lugares insólitos». Otro acaba de esta forma:
«Luego metí el reloj en el bolsillo y salí de su casa». Entre inicio y final
del amor nada hay que parezca imposible. Cada amante con su condición. Lo mismo
que encandila y enamora, cuando actúa el tiempo, desordena y zanja. Imposible,
imposible solo hay una cosa: la transformación, vuelo de mariposa.
20
Hija, nieta y biznieta de nómadas, sentía la íntima
necesidad del cambio. En la oficina subía los archivadores con facturas al
estante superior y bajaba los libros de actas al inferior. Elegía cada semana
una foto diferente como fondo de pantalla y creaba personalidades en Twitter
con las que firmar frases contradictorias sobre los mismos acontecimientos. Su
mayor deseo era encontrar un hombre para poder cortar después, pero ninguno le
gustaba lo suficiente como para que dejarlo tuviera sentido de transformación.
Empezaba a agobiarse cuando la conoció: estar con ella era como haber
abandonado a todos los novios de golpe.
21
—Lo nuestro esta noche, ¿es un diálogo?
—Qué remedio. Tú no haces más que hablar. Como si fuera de
día.
—Por eso lo digo. Solo hablo yo.
—Ya sabes, se me da mal.
—¿Y qué se te da bien?
—Ya sabes.
—Sí, ya lo sé. Pero hoy tenía ganas de hablar.
—Y te he dejado. Todo lo que has querido. Hasta decir basta.
—¿Ya he dicho basta?
—Tú sabrás. Yo sigo aquí calladito.
—Como hablarle a una pared.
—No soy una pared.
—Como si lo fueras.
—Pero no lo soy.
—Pues podrías decir algo para demostrarlo.
—Algo.
—¿Un diálogo, esto?
22
Vimos a Parménides camino del río. «Ese hombre es un sabio»
—le dije, por decir algo, mientras le contemplábamos pasar. «¡Bah!» —respondió
despectivo. El hombre se arremangó la túnica sobre sus sandalias de cordaje
oscuro al cruzar uno de los charcos, y cuando desapareció tras los arbustos
dejamos de seguirle con la vista y nos miramos a los ojos. «Yo sé hacer cosas
que él ni se imagina» —me espetó, chulesco. Ahora fui yo quien exclamó
—«¡Bah!»—, solo por espolearle. Sonrió malicioso: «Ni lo sueña, fíjate lo que
te digo». Qué aburridos estábamos realmente antes de que pasara Parménides.
23
Cuando pienso en el amor me cuesta dar un paso más allá de
donde lo dejó Garcilaso de la Vega. Quiero decir, si me pongo a pensar el amor,
aparece Garcilaso en el horizonte y no veo necesidad de decir nada, me basta
con recrear la hermosa paradoja que nos legó. Su obra es, en sí misma, una
teoría sobre el amor. Posiblemente sea el más alto teórico del amor entre
nosotros. Pero Garcilaso solo escribió para evocar circunstancias concretas, íntimas,
mínimas, con el recuerdo de Isabel, a quien apenas conoció, unos pocos días a
los que fue siempre fiel.
24
«Pásalo». Un folio con cinco dobleces. Cada uno alisado con
índice y pulgar bien apretados. En el pequeño rectángulo que queda, un nombre.
Tu nombre. Lo escribo a lápiz. En el estuche tengo colores, rotuladores y la
tentación de dibujar una hoja, una mariposa. Pero no quiero delatarme.
«Pásalo», le digo al de delante. Lo mira de reojo. Lo pasa. La carta empieza a
circular por la clase. El profesor lee el periódico, sentado en su mesa, sobre
la tarima. «Pásalo». Llega por la espalda, se mira el nombre, luego a mí, luego
a ella, y se pasa hacia delante.
[2011-2012]