Crepusculares


1
Los autores que nadie lee en su época seguirán sin ser leídos nunca o renacerán como clásicos. Nadie puede conocer el destino que aguarda a sus libros no leídos. Tampoco quienes les rodean pueden aventurar nada: las conjeturas de futuro se realizan sólo sobre autores comprendidos en su época y en general carecen de interés, puesto que valoran únicamente lo justa o injustamente que son leídos; es decir, su densidad de olvido. La memoria guarda lugar, siempre, para autores que nadie ha leído. Es el único aliciente del escritor en el margen. ¿Y si descubre que la memoria se extingue? 

2
Ciertos escritores encargaron en su agonía que sus manuscritos fueran destruidos. A veces es más importante el gesto que el hecho. Si el autor hubiera quemado sus papeles, su acción carecería de valor simbólico, y así hubiera ido a parar pronto al vertedero de la erudición. Lo convierte en inolvidable la petición, la amenaza. Es una metáfora llena de esperanza, por eso quizá siga conmoviendo la creencia de que existirá en el futuro lo que ha existido —lecturas, devoción, memoria—. Hoy resulta una solicitud imposible —todo está publicado— y redundante —tan adelantada llevamos la destrucción de la memoria—.

3
Los primeros que han dejado de creer en la memoria son sus guardianes. Les interesa el escalafón: también les ha llegado la noticia de su condición mortal. Todo está en el partido: los jugadores, el público, las autoridades y ellos, los árbitros. Y cuando el estadio se haya quedado sin nadie, será un estadio vacío: batido por los murciélagos de la periferia. A los guardianes de la memoria les interesa sobre todo el fútbol: ese espejismo del arte, de la historia y de la literatura. Por eso añoran vestirse de negro y soplar un silbato. Escalafón: lo que haga falta.

4
Pongamos que uno escribe una novela, la va escribiendo durante años. Pongamos que la presenta a un premio, y que se lo dan. Piensa que es lo mejor que le puede pasar a un libro: tal vez el dinero no sea lo importante, no lo es, pero le gratifica pensar que la sociedad le premia así voluntad, desvelos. Pongamos que hace la declaración de la renta, y paga exactamente la mitad del premio. Pongamos las cosas como las ve: su esfuerzo le ha costado un ojo de la cara. Le queda otro, pero ya es tuerto. Mejor no escribir, decide.

5
Acudo a la biblioteca universitaria y en los estantes donde había encontrado a Petrarca y Boccaccio, a Cavalcanti, a Dante, veo otros nombres. Será, me digo, mi despiste. Los busco. Otros títulos, siempre. En el lugar donde estuvo la Vita Nuova leo en el lomo de un volumen: Dialéctica entre la empresa informativa tradicional y la empresa informativa on-line. «En dos día se lo servimos —me explica el bibliotecario—, si hace la petición». ¿Y? «Se han tenido que retirar libros a un almacén que está en las afueras —añade—, son ejemplares que llevaban tres años sin ser solicitados».

6
Donde el fuego —el de la ira, y también el de la desidia— arrasó los signos, la memoria se ha tiznado dedos, ojos y calzado rebuscando entre ascuas los vestigios con los que reconstruir lo que se fue junto al humo. Quien ya no consigue confiar en nada, recibe con simpatía a la memoria cuando acude a jugar con él a las cartas durante el insomnio. Hemos hecho de la memoria el perfecto revulsivo de la barbarie y de la escasez. Extinguidos los fuegos, multiplicadas las construcciones, abarrotados los estantes, saciadas las preguntas, higienizados los suelos… ¿quién necesita la memoria?

7
Patea el aire, seis agujas,
seis filamentos insaciables,
insaciables los seis insomnios
que patean la noche, agujas
incansables, las seis angustias.
Escarabajo boca arriba
en el sendero. Seis insomnios.

Dos brazos, manos, dedos, dos
afluentes los dos brazos, manos,
dedos, sin número los dedos,
arroyos o torrentes, nunca
charcos, los dedos navegan,
transportan secos troncos, muertos
que llegan hasta el río y más.

Siete palabras. Cada signo
arañado a la piedra, siete
signos en orden inflexible,
arañadas palabras, siete
uñas, siete silencios, cantos
ruidosos, inflexibles cuando
se desmoronan, piedras, signos.

Senderos, ríos y poemas,
no vengáis, no riáis, no habléis.


[Octubre, 2010]