Via della Lupa
Entre legañas, quistes y llagas en los ojos de la perra
vieja se abre paso la tumefacción de la melancolía. Tantas veces como dio a luz
cachorros suaves y hermosos, sanos, juguetones, cuanto aprendieron entre sus
piernas y bajo sus ubres llegado el día les sirvió para destrozar a dentelladas
el cuello de un igual, cuando no de su propio hermano. Ningún valor tuvieron
las horas que pasaba lamiendo sus cuerpos, con ternura, mostrándoles afecto, si
luego aparecía el padre y, antes de partir nuevamente, ufano les mostraba los
dientes ensangrentados, y sólo ese instante se convertía en la realidad.
Via Leopardi
Igual que ciertos hombres llevan su oficio engastado entre
las uñas, las cartas que baraja el poeta antes de repartir no disimulan el
sudor de los veranos, el alcohol o las motas de sangre en noches aciagas. Son
humores verdaderos y cada tizne o rasguño corresponde a una experiencia que
recuerda y nombra con el emblema del envés. Por esos rastros grasientos conoce
el color que cada naipe esconde en manos de cualquier jugador. Y era lícito su
engaño cuando se juntaban en una mesa. Ahora, solitario, lanza sus cartas de
bordes ennegrecidos únicamente al chorro de las fuentes públicas.
Vicolo del Puttarello
Se sientan en las escaleras de la fuente y con la mano
hunden la falda entre sus piernas de mármol blanco. Las chicas se miran y
sonríen entre ellas, o a sí mismas cuando sacan del bolso un espejito nacarado.
El chapoteo del caño sobre el agua acompasa las bromas a las que nadie más está
invitado. Las chicas no miran, pero las agujas de su atención tejen tránsitos y
gestos. Los chicos, giróvagos de la tarde de los domingos, clavan la vista y no
ven nada. Quien se ríe de esta inocencia daría el alma por creer en ella.
Via del Boschetto
La arboleda dulcifica el verano. Lo desmiente con su
derroche de ramas que se extienden y alzan las manos como voces de un coro en
lo más álgido de la nota. El verdor oculta el cielo y protege de sus designios
y vigilancias. Igual que el colegial que corre al rincón discreto, en la hora
del patio, para encender el cigarrillo contrario a las normas. La arboleda
disimula prohibiciones, atenúa rigores. Resulta más humano el viandante
desconocido al que se saluda. Parece más próximo el momento, acaso al principio
inadvertido, que con el tiempo, para esclarecerse, reclame la palabra
«milagro».
Vicolo della Tinta
Rara vez la página en blanco produce vértigos: las primeras
frases se componen en la cabeza y se copian de memoria. La verdadera zozobra se
presenta cuando la pluma de súbito rasca la página y nada queda grabado en
ella. Los dedos, entonces, bailan un garabato nervioso como quien improvisa un
masaje cardiaco. El trueno de la desaparición definitiva de la escritura
resuena en el cielo ennegrecido del miedo. Un cartucho, un tintero. Y a mitad
del trazo de prueba, regresa la tinta, humor caprichoso y enigmático que a
veces da cuerpo a los sueños y otras les da alma.
Vicolo d'Orfeo
Cuando llegó al piso la señora le advirtió que no entrara
nunca en aquella habitación del fondo, donde descansaba su marido, muy enfermo.
La puerta siempre cerrada y el silencio que se cernía sobre el cuarto prohibido
fueron echando leña al fuego recién encendido de la curiosidad. Un domingo,
después de que la señora hubiera salido a misa y no quedaran otros inquilinos
en sus aposentos, empujó la puerta. Una cama vacía y un gran armario. Llegó a
abrirlo por ver si estaba encerrado allí el moribundo. Nada, como en los
signos. El misterio de aquel misterio acababa de empezar.
Via delle Vergini
En una calleja medieval, donde sólo mueren tapias de
antiguos conventos convertidas en traseras de almacén y junto a las que se
apilan maderas, cartones y aparatos inservibles que reciben resignados la orina
de los transeúntes solitarios, descubrí el amor. En la intimidad del abandono
desabotonó la blusa que me había puesto para él y sentí cómo mis caricias
transformaban su espalda en un piano de silencios. Regresamos, más tarde, a la
avenida, que los turistas anhelaban captar —con la cámara de unos ojos a los
que no se les había retirado el protector del objetivo— y que nosotros
olvidábamos.
[Julio, 2010]