Coro de ausentes (2017)


ALBOROZO

Llueve. La leña
amontonada y en el cobertizo. 
La sierra y herramientas del jardín se han quedado 
abandonadas en la carretilla. 
Los gatos buscan un rincón 
donde no alcance el aluminio 
de la luz. Los gorriones  
se han escondido entre las ramas 
hospitalarias 
del níspero. 
Hojas que son pequeños ríos. 

Los colores permanecen estáticos,  

tan atentos al concierto del agua, 
al batir sobre las tejas, 
los peldaños 
de la escalera, 
la barandilla o las losas. Incierta 
armonía. 

La tristeza presenta 

en su hoja de examen 
idéntica respuesta que lo alegre. 
La diferencia 
se halla en la inflexión de las palabras.

***


BANDEJA

Cien palabras para un poema.
Se seleccionan y se limpian
sentidos figurados,
se secan con el paño
de la fonética. Se distribuyen
en frases, se sazonan con diversos
signos de puntuación.
Se cocinan a fuego lento.
En otro recipiente más pequeño
se hierve una mirada.
Lo que los ojos ven sobre la mesa
donde se escribe, lo que se contempla
por la ventana, lo que evocan
las imágenes en el escenario
de la memoria. En este punto
de ebullición su contenido
se vierte en las palabras.
Se sirve con caligrafía
enrevesada, cejijunta.
Por encima, unas gotas de café sin azúcar.

***


CALIGRAFÍAS

A veces llueve. Otras, el sol se tumba 
sobre el llano. Baldeo con el cubo 
que ha de limpiar las losas. Pasan nubes
para que existan nombres en el cielo:
cirros, estratos, cúmulos. Las flores
que impregnan con aromas los instantes.
Matas, breñas y árboles, arbustos.
Hay hormigas, hay ciervos y una águila.
Caminos de guijarros, un talud
con florecillas, puentes de metal
por donde pasan cóncavos los trenes.
Sopla el viento, a veces. Otras, vibra
la americana al son de la ventisca.
O nieva en las páginas del libro
donde despacio, lento, con cuidado,
camino por la blanca porosidad.


***


DESCUBRIMIENTO

Encontrar. A lo largo
del día y a lo ancho de la noche.
En cualquier sitio donde esté
encontrar algo que ya sea propio.
El vuelo de una garza
sobre el cañaveral. La luz
del poniente que juega al escondite
detrás del campanario. Un brote
de pino que se fuga
del bosque. A veces veo
palabras. Unas son desconocidas;
otras, sucias. Se limpian con fervor,
se les devuelve su significado
y se colocan dentro de una frase
de nuevo. Así, encontrar
es la manera 
de sentir el latido
de la vida. Y cuando atardece,
cada día, encontrarse
uno consigo mismo.

***


ESPEJISMO

Florece entre las hierbas 
silvestres y los matorrales. Tiene 
tallo menudo, quebradizo, 
y una flor diminuta 
que en el aire se multiplica 
en racimos cuando la brisa sopla. 
A veces no se ve, 
de tan disimulado 
que anda entre vegetación 
sin prestigio. Y cuando se aprecia, 
cuesta arrancar como recuerdo 
un pétalo siquiera. 

Salgo en su busca algunas tardes, 

sin otro propósito que ver 
cómo crece en parajes 
conocidos que desconozco. 
Cómo salpica los caminos 
con su acento. Brevísimos destellos.  
Cuando regreso siempre creo 
hacerlo con un ramillete 
en las manos. El tiempo 
que florece entre  piedras 
y guijarros.

***


FIGURAS


El río. Por la carretera,
en la otra orilla, el bulto
del autobús de línea
sobresale entre la vegetación.
Mientras circula ni da tiempo
a apreciar, en la ventanilla,
el rostro del viajero que contempla
lo mismo que estoy viendo.
El cauce oscuro, lenguas
de arena que lo pautan,
bosque de juncos. 
                            Enseguida
desaparece. Estoy solo, lanzando
piedras al río como quien remienda
metáforas en las palabras
que nadie quiere oírle usar.
El agua fluye con rumor
ilegible, el presente se desplaza
al otro lado con fragor mecánico,
la luz remite
y aquí sentado ni siquiera
puedo afirmar que permanezca.

***


GLOSA

Cruza el bosque
por las sendas donde los jabalíes
han removido las raíces
y la maleza borra
la tierra apretada por la memoria
de los caminantes. La acémila
le sigue con dificultad.
Los cascos
rebotan con un ritmo
pausado. Como el de su andar.

El hombre de los tintes
de vez en cuando se detiene
en un claro. Desata
el barreño,
que por el suelo traza círculos
en la hojarasca.
Suelta los sacos, los que guardan
los colores que mima. Ocres,
granates y dorados.
La mula busca brotes verdes
entre la hierba seca.

La tarde se resiente de la herida.


***


HISTORIA

Un ruiseñor que canta entre los árboles, 
así la poesía 
un tiempo. Antes fue un cuerno 
entre almenas dorado. 
Después, la delicada ave 
en prados de sosiego. 
Lugar que el ruido y lodo han anegado. 
Soldados con las mantas en la hierba 
dormían el cansancio 
y soñaban la púrpura. 
Campo que no es ya campo, 
convertido en recinto. 
Frutales que los vientos no aireaban. 
Añoranza de aquella dulce ave, 
aunque sonaran las bandurrias. 
O no sonara nada dentro. 
Ni siquiera la nada. 

Regresan los vencejos 

una vez cada año. 
En el cielo aún sostengo inmóvil 
el verso que no escribo.



***

IDILIO

Con las piernas cruzadas, 
casi estira la falda hasta que deja 
una visera sobre las rodillas, 
en el asiento vacío del tranvía. 
Un leve zarandeo. 

En ocasiones me acerco. Le digo 

mi nombre, 
siempre le digo mi nombre. 

También la he visto parada 

ante el escaparate de una tienda 
de ropa de bebé. Entonces 
me detengo en la acera 
de enfrente mientras flexiona 
la pierna izquierda con gesto 
de impaciencia. ¿Me estará 
viendo, 
me pregunto, en el reflejo 
del vidrio donde yo no me distingo, 
tapado por su cuerpo? 
La veo 
asomada a una ventana. 

Siempre mira hacia otra parte.



***


JILGUERO

De las palabras que ha sembrado
la escritura en macetas
nacen días o noches,
un tiempo tan fugaz y evanescente
como las frases que germinan son
difíciles de concretar.
Un sin tiempo, mejor,
y un sin significado que se unen
para trenzar antiguas
umbrías en lo que una fuente escribe.
Un no tiempo y un no lenguaje.
Un sentido que solo reconozca
acaso quien lo vio nacer.
O que ese nacimiento sea
su único sentido. Una manera
de comprender la vida en el vivir.
Una forma de estar aquí,
a solas, pero junto a los demás.
Cerca y más lejos.


***


KILÓMETRO

El silencio, un pañuelo
blanco anudado al deseo con pespuntes
mínimos de color. El tinte azul
de quien respira, la tonalidad
cobriza de las horas
en un distante campanario,
el amarillo piar de pájaros
fugaces, el pigmento cálido
del roce de una mano
sobre la piel, la vibración
gris del papel cuando se pasa
de página o el susurro verde
de las copas de árboles frondosos
si el viento las agita.
Colección de sonidos que conservo
en un tarro de vidrio.
Contemplado al trasluz el que he elegido
me entrega en su silencio
las sensaciones que dan forma
al presente.
***


LUCES

Charlatana irredenta, 
la luz no cesa nunca 
de hablar. Habla, 
habla, habla. Tantas 
veces sin que la oiga nadie 
ni nadie quiera ya escucharla. 
A la luz no le importa. 
Habla sola. En las azoteas, 
por los bosques en soledad, 
sobre las muchedumbres en las calles. 
Sin que le condicione dónde. 
Habla. A su hablar incluso 
hay quien llama silencio. 
Ni siquiera en las noches calla. 
Una luciérnaga, estrellas, 
la ventana en lo alto de una casa,  
el monólogo de un farol urbano, 
cualquier lugar le sirve para decir. 
Y, a veces, dice sin hablar. 
Y entonces sí la escucho.


***

MIRAR

El cielo encierro en un cuadrado.
O mejor, en un cubo. Cada vez
que rueda por la alfombra de los días,
se detiene y exhibe diáfano
una cara. La miro.
Vuelve a girar. Se inmoviliza.
La contemplo. Voltea.
Se para.
La observo. No repite cara el cubo
que muestra el cielo porque la mirada
nunca es la misma. Cada instante
nace en la cara que descubro
en la imagen del cielo
que miro, nunca en el mirar.
Por eso la mirada es otra,
es siempre diferente a la que vio
el cielo que precede.

Hablo del tiempo que me vive.



***

NOCTURNO

La noche lo ilumina. 
Su terciopelo. Adagio. 
Tan sincero violín. 
El instante. Subida  
la persiana. Anudados 
los visillos. Respiración 
alterada. La sencillez 
del momento. La oscuridad 
tenue sobre las sábanas, 
el gris basalto de los cuerpos 
entregados. Lo comprendía 
la sinrazón, la estela de un cometa, 
el salto de agua. 

Lo decoraban los silencios. 

Su azul. Aquel aroma. 
Lo imperceptible en la línea del tiempo. 
Lo veía la brisa, 
las nubes que blanquean el cielo. Su dulzor. 
El gemido. Una brizna 
en la pradera de la noche, 
en el bosque 
de la noche, en el océano 
íntimo 
de la noche.


***

ÑAQUE

Unas cuantas palabras,
monedas dentro del hatillo
del vagabundo, bastan.
Las mismas, pocas. El aroma
a pan recién cocido,
la luz entre la fronda
una mañana de septiembre,
las campanadas de una ermita
al atardecer. Siempre ahí:
la fragancia de flores en el claro,
el crujir de una hogaza
al partirla, la luz que un ventanuco
filtra en el interior de la iglesuela.
Las palabras que expresan todos
los sentidos. Aquellos
que hay y los que la imaginación
crea. El olor de cirios apagados.
El concierto del bosque silencioso.
El bulto de los panes en la mesa,
su tenue resplandor.

***


ORACIONES


La ventana del cuarto me lo muestra.
Lo dibuja la luz con pulso firme,
la claridad lo colorea
con manchas de pintor impresionista
sobre un lienzo de arena.
Lo enseña, pero no lo entrega.
El espacio. El olor a tierra húmeda,
hojas dispersas por el cauce,
destello de limón maduro,
fragancia de las rosas
cuando amanece, sinfonía
caótica de pájaros, canción
de la lluvia en las cañerías
y en los cristales. El espacio
está en mí
aunque no lo posea. En mí pervive
si lo contemplo desde esta ventana.
No me muestra lo que estoy viendo,
sino aquello que soy.

***


PERMANENCIA

Estar. Sin otra cosa 
que hacer. El viento insólito 
que admira un mar en calma. 
La nieve que disfruta 
en lo alto del día 
sereno. Solo estar. 
Sin preocupación. 
Pájaro entre las ramas 
que canta la belleza 
de la nada. Las olas 
que salpican las aguas 
que la arena absorbe. 
Estar y al estar, ser. 
Paloma, campanario, 
guijarro, brisa, fuente. 
Ajenos al correr, 
a la premura, afán, 
ansia. Canción que entona  
una niña que baila, 
asceta en el jardín. 
Botes de la pelota 
contra la tapia, el niño 
que juega en un estadio 
de naranjos. Estar. 
Viviendo lo que está.

***


QUIEBROS

Dibujos de la luz sobre la hierba
y sobre la arena.
Lápiz que traza líneas y curvas
y la goma las borra poco
a poco para que sombree
los objetos de nuevo en otras caras.
Y una vez atezado
el espacio, lo vuelve a corregir.
Suprime y se contiene.
Y no se cansa nunca en su tarea
de dibujar el aire.
A veces, por debajo de las copas
distribuye lunares sin rayar
que al instante siguiente cambian
de sitio. Dibujante inquieta,
a la intemperie, cuelga
sus obras en cualquier lugar.
También en el museo.
Y en los lavabos del museo.

***


RUTA 

El camino que asciende en la ladera
poco a poco se torna agreste. 
Algunas rocas 
irrumpen en la tierra oscura, 
se acentúan los desniveles 
repentinos. La fronda muerde el paso 
y hay raíces que brotan por la senda. 
Los árboles se abrazan unos 
a otros, forman un escudo, 
umbría que reparte 
la luz con impurezas. La humedad 
baña el instante. Pájaros 
emboscados decoran la mañana 
con cantos. Con las manos 
también a veces se superan 
los trechos. Se divisa ya la cumbre. 
Arriba, con el viento,  
la mirada se entorna 
para ver en la lejanía 
desde dónde se ha partido.

***

SEMÁNTICA

Bajo la piel hay otra piel.
En los ojos hay otros ojos.
Lo que se oye de las voces,
una envoltura, un uniforme,
oculta los sentidos
que las palabras tienen para quien
las escucha. Las manos se entrelazan
con otras manos y las piernas bailan
con otras piernas. En los labios
hay otros labios y el aliento
se confunde con otro aliento.
Nada de lo visible corresponde
al río que en el interior discurre
por los cuerpos.
                           Si la montaña
donde las cabras saltan
entre breñas empieza a arder
nadie habla del mismo humo
que asciende oscuro hacia los cielos.

***


TURBA

Animal irritado,
el invierno desvela.
Las ráfagas de agua
contra los vidrios. Viento que enloquece
la copa de los árboles en las calles.
La cama se transforma en balsa
que las olas someten
a su capricho. El sueño, un invitado
cuya ausencia abandona
el mantel extendido,
en orden los cubiertos,
los platos limpios, gélido
y lleno el cuenco de la sopa.

Un animal herido que despliega
su nihilismo por las noches.
Revuelve sábanas y pensamientos,
altera percepciones. Desorienta.
Destierra los silencios.

En la memoria busco un mástil
de velero abismándose
que me sujete como a náufrago
de cómic infantil.

***


UBICACIONES

Ha llovido mientras dormía. Lluvia
solitaria y desangelada, fúnebre,
sobre caminos que no cruza nadie.
Repiqueteo en el tejado,
alboroto en los vidrios, en las losas
y por los escalones que descienden
al huerto. 
            Quienes esperaban
cada día de sol su entrega
se acogen a las gotas con agrado.

Una lluvia nocturna, persistente,
trabajadora. Mientras
dormía ajeno al brillo
de la humedad
y al sonido. Mejor será decir,
pensando en otros brillos y en sonidos
que golpean el empedrado
del sueño. Pasos
que imagina quien duerme
solitario y desangelado,
aunque vital porque la lluvia
que no oye ni ve le abraza.


***


VELETA

El viento habla con el muro
de vez en cuando. Le propone
ir de aquí para allá,
no asentarse en ningún lugar,
abandonarlo todo.
Disfrutar la aventura
del movimiento que no cesa.
No tener una casa
para entrar en la de cualquiera.
El muro escucha, sí, pero no presta
atención, porque ya conoce
su monserga, tan vieja como el alma.
Le preocupe más la vida
de las flores menudas
que entre sus ranuras crecen en abril
y trata el viento de arrastrarlas
en su parranda. Ingenuas
quisieran admirarlo. Al que se va
cuando los días permanecen,
y no se sabe a dónde.


***


WOLFRAMIO

La lámpara ilumina
las páginas del libro, el resto queda
en penumbra.
Las palabras, actrices en escena,
interpretan y cantan para dos
ojos. Su público de sombras
lo forman el armario, un cuadro, apliques,
las mesillas de noche, las cortinas
y la alfombra. Platea idéntica
a cualquier patio de butacas
de un teatro cualquiera donde
una sola persona vea lo que acontece.
Es el pequeño
milagro de la poesía.
No existen los plurales.

Lo que alguien escribió, quizá
a la luz de una vela en otro siglo,
quedó escrito solo para un lector.
Cuando lo lee, cobra luz. Y arrojo.


***

XILÓFONO

Del paciente observar
cómo las aves se detienen
en el alféizar, un instante,
igual que ellas viven detenidas,
y luego echan a volar con gesto
simple, sin aspavientos,
sin contorsiones, se despliegan
las alas, vuelan, las campanas
aprenden a sonar.
                            Un vuelo
que no las mueve del lugar
donde están aunque se desprendan
de lo que vuela, los sonidos.

No vuelan las campanas
para que vuele su hablar. La voz.
Mejor, su exacto decir.
En el soñarse aves, con paciencia,
afinan las campanas
la música que acoge al tiempo,
ese volar. El ya no estoy.
Las aves que han partido.


***

YEDRA


La luz se desentiende en ocasiones
de iluminar y las paredes
languidecen, flor que se quedó
olvidada en el vaso seco.
Inarmónicos, los sonidos huyen
del lugar que los lanza y corren
confundidos por el pasillo
sin encontrar dónde caer exhaustos.

Son tardes en las que parece el tiempo

ceniza acumulada sobre
el círculo donde ardió la hoguera.
Cierro, entonces, los ojos.
Para ver, dejo de mirar. La luz,
tal como quiero contemplarla,
le dibuja lunares al sendero
bajo la umbría. Y para oír
lo que no oye nadie,
el canto de los pájaros que vuelan
de copa en copa.


***

ZAGUÁN

La partitura de los versos son
las sílabas, mínimos
granos de luz que emiten
destellos. Cuando se consigue
dominar la secuencia del vaivén
lumínico, el poema suena
como un arroyo al descender
apresurado en la ladera.

La partitura del arroyo es
la mirada de quien contempla.
En su fugacidad constante
descubre la quietud de un ritmo y ve,
en lo perdido, lo que permanece.
El día.

La partitura de los días son
las palabras, las mismas siempre
y siempre diferentes.
El gesto de la mano al escribirlas,
de los ojos cuando se cierran
para ver lo que están ahora viendo.

***