Leí este libro
en marzo pero escribo sobre él en abril porque me lo cantó la rima, porque
quiero traerlo al presente y porque sí.
J. Ángel
Cilleruelo dice que “el lugar es, en exclusiva, el territorio del presente”
(p.82) y "Añil" (Cypress Cultura, 2021) es un lugar, una lectura del
presente abierto en abanico cuyos pliegues van poblando la estancia con luz,
colores y, sobre todo, con palabras. También dice que “los libros no se
escriben para perpetuar los acontecimientos importantes, sino para no olvidar
lo nimio” (p.93). En "Añil" lo nimio es lo importante, la
arquitectura del presente, donde “prende la raíz de la alegría” (p.58).
“Acuarelas”,
“Diario de sensaciones” y “Quieto presente” son las tres partes del libro.
Excepto la última, las componen 111 textos (¿poemas en prosa? ¿prosa poética?
Peu importe!) de cien palabras exactas, en el número y en su selección.
“Quieto
presente” lo forman doce apuntes de un diario iniciado durante el confinamiento
(22 de marzo y 3 de agosto, las fechas del primero y el último), donde se
dialoga con otros libros, artes y artistas, o se reflexiona sobre el tiempo
engañosamente detenido, sobre los detalles que solo se perciben con el
estatismo y la permanencia, etc. No faltan en ellos el humor, la ironía y,
sobre todo, las conexiones inteligentes trabadas con esa trenza personal que
implica al tiempo, a las lecturas y a la sintaxis de la experiencia propia.
“Acuarelas”
trae al presente escenas de la memoria para eternizarlas convertidas en símbolos
de pincelada ligera, con esa técnica suya de enumerar con puntos, de forma que
todo fluye quedándose:
“Los cuadernos
de notas y de versos. Un lápiz, la pluma. Las tazas con restos de té” (p.10).
“La pasión por
la verticalidad del cañaveral. El gorjeo de los pájaros. La conversación amable
de los álamos” (p.14).
Todos los
textos tienen un broche redondo en forma de imagen, que rubrica lo narrado o
descrito para enmarcarlo. En el primero de ellos, por ejemplo, el escritor se
fija en la estabilidad de unas barcas sobre el agua para concluir: “Solo
permanecen seguras en la constancia de la incertidumbre” (p.9). Filosofía desde
lo nimio.
En otro, “El
mapa” evoca a través de sus pliegues y anotaciones las vivencias casi
olvidadas, no los lugares en que se experimentaron y de los que el mapa es la
única huella. Termina el texto así: “un helado consumido a la sombra, en un
banco ¿de qué plaza?”(p.12).
“Diario de
sensaciones” comparte con “Acuarelas” el formato de los textos y el latido del
presente, se diferencian en la radicalidad de lo nimio, de lo casi
microscópico, por eso mismo también está más intensamente el ahora, lo fugaz o
imperceptible, y está tan atravesado por las palabras que estalla con la
lectura y queda tatuado. Cualquier instante, anécdota, objeto o cambio de luz.
Las flores, las hojas caídas, la niebla, el agua hirviendo o un sombrero. La
nieve, el río, los pájaros y las metáforas. Todo lo perceptible en el entorno
del poeta se convierte en habitante de este lugar. Cilleruelo consigue que las sensaciones
cristalicen en palabras o que el lenguaje recuerde (pasen por el corazón)
nuestras sensaciones, por eso ambas, sensaciones y palabras, son las
protagonistas, sin que sea posible separarlas, probablemente porque para el
escritor constituyen dos vías simultáneas de percepción que, juntas, anulan la
rémora del tiempo. Muchos de los poemas hablan sobre ello: sobre la
permeabilidad entre sentir y lenguaje. Este fragmento de “Océano” es un ejemplo
:
“Las metáforas
nacen en la piel[...]La piel da sentido a muchas palabras que prenden en las
sensaciones del tacto[...]Tanta locuacidad brota de la fuente incesante de
sensaciones que es la piel. Pero lo decisivo, aquello que revive, dentro lo ya
perdido, son las metáforas” (pp.41-42).
Algunos poemas
(“Melocotón”, “Ocre”, “Semilla”) que ofrecen el diálogo entre dos personajes me
han derretido, porque condensan en su brevedad todo un mundo cómplice, casi
íntimo, como esos cuadros de interiores que invitan a imaginar con sus detalles
y su luz toda una historia para, después, hablar de ella con alguien. Tal vez
se deba también a esto que dice el autor: “Las sensaciones requieren plurales.
También las percepciones. Contemplamos para contarnos lo que estamos viendo. El
significado es el fruto maduro de la reciprocidad” (p. 67).
Los títulos de
cada texto de esta sección representan la fusión de las dos protagonistas,
sensación y palabra. Como si de un nuevo alfabeto se tratara, el poeta ha
elegido el nombre de los distintos matices de la paleta de colores para presentar
sus poemas. Igual que el mango, la miel, la amapola o el maíz designan las
variaciones del color en cada gama, así el autor reescribe lo pequeño, lo
nutre, envuelve y rehace con las palabras, su sonido y su sintaxis. El
resultado no se parece a ningún color, a ninguna sensación, a ninguna
descripción, pero nutren, envuelven y renombran las sensaciones del lector para
traerlas al presente y hacerlas carne en la página.
Gema Borrachero
Facebook, 5 de abril