JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO. DEDOS DE LEÑADOR (DÍAS DE 2019).
COL. LA ESPADA EN ÁGATA. EDITORIAL POLIBEA.
José
Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960) es eso que podemos llamar un letraherido.
Juan José Martínez, el autor del prólogo, afirma que la literatura de
Cilleruelo gusta de buscarse «en el poema en verso, el poema en prosa, la
entrada tradicional del diario, la reseña literaria, la noticia de eventos, la
noticia política, la meditación o la invectiva amable (oxímoron), y le gusta
ofrecerlo todo junto en un volumen para el que solo ahora dispondríamos de la
escueta definición de libro». Y es que nuestro autor frecuenta diversos géneros
y todos con un entusiasmo y un rigor que deberían servir de ejemplo a más de un
grafómano de los muchos que abundan en nuestras letras, sobre todo en los
últimos tiempos. A la larga lista de libros de poemas, entre los que destacamos
el ya lejano “El don impuro” (1989), “Maleza” (2010), la antología “La mirada”
(2017) o “Pájaros extraviados” (2019), hemos de añadir libros de poemas en
prosa, de aforismos, de relatos, sus novelas como “Al oeste de Varsovia” que
obtuvo el Premio Málaga de Novela en 2009, sus traducciones o sus textos de
crítica. “Dedos de leñador. (Días de 2019)” es un diario y esto no tiene nada
de particular si no fuera porque es el primero de los escritos por nuestro
autor que se atiene al orden cronológico. Esa especie de necesidad compulsiva
de transcribir en el papel hasta el mínimo detalle de la existencia ha
provocado que Cilleruelo haya publicado además otros cuatro dietarios, si bien
estos se han guiado más por criterios temáticos que por las experiencias
vividas en el día día. En un dietario, se ha dicho muchas veces invocando el
magisterio de Plá, entra todo, o casi todo, y José Ángel Cilleruelo parece
seguir esa consigna, aun a riego de mitificar la propia biografía, algo que,
por otra parte, al propio autor le resulta contradictorio: «He escrito siempre
contra el yo. De hecho, tampoco es en contra, sino en busca del yo perdido. Por
encima de cualquier coyuntura personal, la escritura arraiga en la concepción
contemporánea del sujeto, de la realidad, del entendimiento», pero es que lo
biográfico parece ser que «proporciona un certificado de obra artística a la
escritura».
En principio, el volumen iba a estar integrado por las reflexiones suscitadas a
lo largo de cien días ―Cilleruelo es un amanta del valor simbólico de las
cifras. Muchos de sus libros responden a una organización basada en ellos―,
pero en este caso, esa estructura perfectamente definida ha sufrido una
modificación y se han añadido «Algunos días más». No hay variación en los
contenidos, que, de hecho, son muy heterogéneos. En el devenir de Cilleruelo
tiene cabida no solo hechos anecdóticos («Suelo pasearme en esta fecha, día de
la cabalgata, por la Feria de los Reyes…» o «Durante años he acompañado a mi
hijo a la escuela de música: desde los cinco a las clases de sensibilización,
desde los siete a las de instrumento…», por ejemplo), sino reflexiones de todo
tipo, históricas, políticas, literarias (―«y eso es lo mejor de este manuscrito
inquietante, lúcido y desolado. La desaparición de fronteras entre el ser
social (el personaje ideado para escribir los poemas y como tal representante
sociológico de una masculinidad herida, por decirlo de alguna manera, y de un
orgullo vengativo) y el lírico (que trata de comprender desde dentro qué
ha hecho de su vida) resulta deslumbrante»―, metapoéticas ―«El poema dice lo
que el poema está diciendo y nada más»―, sociales ―«La literatura, el
pensamiento, la política, la visa social. En todas partes ocurre lo
mismo. Gana lo pedestre, lo autoritario, lo zafio […] El pensamiento más útil
permanece oculto por quienes se arrogan la condición pensante vociferando»― o
profesionales ―«El profesor ha vuelto a clase, después de las vacaciones.
Pomposas palabras para dos semanas sin horarios. Es la primera frase que he
escrito sobre mi oficio y yo en treinta y tres años».
En cualquier caso, no tanto la forma de escribir sino
la naturaleza de los hechos reflejados es lo que determina la importancia que
pueda tener para el lector y, por supuesto, para el propio escritor, ya que ha
logrado descubrir que «El secreto de lo verdaderamente importante que ocurra en
la vida es su futilidad». No me atrevo yo a “comulgar” del todo con esta
propuesta nihilista, es más, creo más bien que quien lo proclama es el
personaje que las escribes, porque si el propio Cilleruelo las secundara los
cientos de excelentes páginas que ha escrito a lo largo de los años, con toda
probabilidad no hubieran sido escritas. No en vano la escritura, cualquier
clase de escritura, necesita de ingredientes como la soledad, la observación y,
por supuesto, el asombro ante lo que la existencia nos depara, y de todo eso
hay, por fortuna, mucho en las páginas de “Dedos de leñador”, solo así se
consigue trascender «la vivencia cotidiana».
CARLOS ALCORTA
§
Reseña publicada en
Sotileza, suplemento de El Diario Montañés. 3/09/2021