«Metáfora y vida en el cuenco de la mano» | Gema Borrachero


Metáfora y vida en el cuenco de la mano 
GEMA BORRACHERO 

22 septiembre, 2023 
 
De la mano. José Ángel Cilleruelo. Colección la Gruta de las Palabras. Prensa de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza, 2023. 88 pp.
 

Vuelve al verso en su último libro J. Ángel Cilleruelo (Barcelona, 1960). Tras El ausente. Cien autorretratos (Trea, Gijón, 2021) y Dedos de leñador. (Días de 2019), publicado por Polibea en 2021, la exquisita colección La gruta de las palabras (dirigida con mimo por Fernando Sanmartín) acoge el cuarto libro del autor: ‘De la mano’.

La materia, el tiempo y el amor trenzan este último título. Estos tres nombres podrían servir de avanzadilla para presentar las tres partes que lo componen: “Manos”, “Azul de azules” y “De la mano”, con veinte, diez y treinta composiciones respectivamente. Esta última parte da título al volumen, resaltado en blanco sobre la cubierta anaranjada junto a la sutil ilustración (que recuerda a las líneas de la palma de la mano) de Jesús Cisneros.

En la primera parte las protagonistas son ellas, las manos. Sus gestos articulan la indagación del texto sobre algunas constantes en la poesía del autor: el paso del tiempo, la ausencia como marca presente de lo vivido, la incertidumbre, la armonía, la creación, entre otras. Las manos materializan nuestras acciones, sus gestos hablan de la actitud con que las realizamos e incluso de aquello que no queremos que se perciba. En este sentido, los títulos de los poemas son significativos: nombres todos, la mayoría abstractos («La presencia», «La ausencia», «La experiencia», «La Filosofía», etc.), receptores de la idea o reflexión oculta en la gestualidad percibida o descrita. El poema titulado «La materia» contiene los versos que podrían ejercer de poética de esta sección: «son los objetos quienes se sujetan/a la mano con sus capacidades/cuando la mano los sostiene./ Por miedo a no existir». Así también las ideas se sujetan a la escritura para que el pensamiento pueda darles cuerpo y retenerlas. Trascendencia invisible de las manos si no es por unos versos que atraparon su movimiento y su quehacer. «Manos» se convierte en ejercicio metonímico del hombre que siente, piensa y escribe sin que esos tres verbos puedan secuenciarse, fundidos como están en la metáfora y en la vida del poeta.

En los diez textos de la segunda parte («Azul de azules») la luz es el motivo principal. Con ella, también, las sombras, la oscuridad, los matices de color que va imprimiendo el paso del tiempo en la mirada, a menudo nostálgica, alguna vez sombría. El poema 4 condensa todos estos significados a través del símbolo de la llama como combustión del tiempo: arde la vida y la memoria en luz, deja un rastro de humo cuyo testigo recoge el poeta al escribir («humo cuyo tizne/ parece emparentado con la tinta»). Hueco, sombra, espejismo, carcoma, abandono, oscuridad, arrumbamiento… nombres que van transcurriendo en las páginas hasta amansarse y suavizar lo que asusta o desorienta: lo insondable.

El poeta acude al río para entender su propio devenir, actualizando esta clásica imagen del fluir del tiempo y sus sedimentos. José Ángel Cilleruelo se detiene en los cauces secos que, cual arrugas, hablan de la corriente de lo vivido. Sobre esa tierra horadada hablan las cicatrices del tiempo en la piel del campo, fluyen los pensamientos del escritor colmando su cauce. Corriente y pensamiento se mimetizan para ocupar el vacío y llenarlo de sentido.

Son numerosas las personificaciones en esta sección: la madrugada pinta, la luz desorienta, la noche tiene mal aliento… La conciencia del tiempo vivifica el entorno, al tiempo que lo descubre huyendo y persistiendo en los huecos que deja esa huida.

No por azar la tercera parte (“De la mano”) da título al libro. Se trata de un diccionario amoroso, de una colección de estampas cómplices, de un tratado sobre la intimidad, donde, además, comparecen la reflexión sobre el paso del tiempo, la personificación del entorno natural y urbano en diálogo e interacción con la pareja, y la materialidad del cuerpo (en especial las manos) como caligrafía del código secreto que establecen los amantes.

Los poemas de esta sección están estrechamente unidos a muchas frases de Becqueriana (Isla de Siltolá, 2015). Allí leemos «El carmín que me habla en la servilleta donde dejas un beso construye un lugar». Y aquí, «Lo que dices le cambia el tacto/a la áspera, dura, hermética/ realidad»; allí, «Contigo aprendo a enseñarte mi alma», y aquí, «Hablar yo solo es siempre hablar contigo»; allí, «La espera es la víspera de la celebración. Es presentimiento. Es vecindad de la plenitud», y aquí leemos el poema «Plenitud»: «Nuestra presencia llena el mundo[…]/ Todo brilla perfecto ahora./ Lo que al llegar estaba tan vacío». Los elementos comunes entre ambos libros, de especial querencia para el escritor, son numerosos: la música, los pájaros, las inflexiones de la luz sobre el paisaje, el río, las flores…

De la mano es la partitura, la síntesis de la poesía amorosa de JAC. En ella se condensa con matices precisos (y preciosos) el abecedario secreto de gestos, miradas y susurros inherentes a la relación amorosa. Y así, de la mano, como parejas enamoradas, van muchos de los versos de esta tercera parte. Unas veces ligados por el paralelismo (como en «Sentimiento», «Noctívago» o «Nidos»), otras veces engastados en el pronombre nosotros («Otoño», «Relato», «Las prendas», «Mixtura»), o en el tú y yo («Caligrafía», «Desplazamientos»).

La complicidad conquista cada resquicio del mundo, gana parcelas al vacío y escribe páginas en la memoria de los amantes. Un parque, un café, el autobús, los recados, un día de nieve o lluvia, cuanto ocurre es reseñable a la luz de la constancia en el amor.

La plenitud vital de estos poemas tiene su eco en la naturalidad y sencillez del lenguaje, más descriptivo, de pinceladas ligeras y hasta juguetonas; también contagia viveza a las personificaciones: el viento se viste, el invierno abre la maleta, los árboles se desmelenan al bailar…Y, cómo no, estalla en el brillo de esos hallazgos breves tan frecuentes en la poesía de José Ángel Cilleruelo, que nos abren los ojos de par en par.