En un volumen pequeño, compacto,
del tamaño de la palma de mi mano, con un dibujo inacabado de Rafael Pérez
Estrada, sale a andar mundo este libro, El
ausente. Cien autorretratos (Ed. Trea, septiembre de 2021), donde José
Ángel Cilleruelo dispone, con la mágica geometría que lo caracteriza, cien
poemas en prosa, de cien palabras cada uno.
Cada
texto se inaugura con una palabra en cursiva. Temblor, duda, tanteo del
pensamiento escribiéndose en el laberinto de lo que explora. Y cada texto se
cierra con una inquietud reconfortante: la incertidumbre. Porque la búsqueda
del escritor no es complaciente, ni mucho menos resolutiva. Se indaga para
descubrir y aprender que el resultado es lo incierto, lo cambiante, lo
inacabado y lo perdido de eso que llamamos identidad.
J.A.C.
acude a imágenes como la de las teselas de un mosaico, los retales de una colcha
o los trazos de la caligrafía. En su minúscula insignificancia van conformando
el sentido, son apenas porque dejan de ser para pertenecer a un tejido. Así se
va desdibujando la primera persona en cada motivo de estos cien autorretratos:
un vaso, una brizna de hierba, un paisaje, un papel emborronado, el cabello de
una mujer, la propia sombra, el silencio, la niebla o los charcos. La
conciencia se diluye al aproximarse a lo que está fuera y en la manera de alzar
el plano de lo que mira vemos el reflejo de su propia identidad.
Innumerables
marcas expresivas van trazando su perfil. A menudo es la metáfora (la niebla en
la página 44, el silencio en la 45, las huellas en la arena en la 55); otras
veces, la aliteración (las agudas de los pasos en la página 22, la oclusiva
torrencial con que cae la melena en la página 23, o el trino pequeño y perdido
en la página 49); constantemente, en fin, el paralelismo sintáctico, que de
forma eficaz modula la geometría de cada poema (páginas 24 y 25, por ejemplo),
o sus inconfundibles enumeraciones (página 24 o 31). Estas son las huellas que
nos deja el yo, «el ausente», que comparece de manera vicaria en lo de fuera,
en lo fugaz, en lo que (ya) no es o en lo que ha sido.
La
elección del léxico rotula con nitidez este perfil, desde las cursivas
iniciales (tachadura, umbría, tránsito, luz, cauce, pálpito, carta, espejismo,
grieta, temblor, veladura) a las que protagonizan el cuerpo del poema,
concretas y abstractas, para bailar juntas o pelearse. El poema final (101 palabras),
donde todas las cursivas se reúnen, muestra el retrato trémulo, entrecortado en
sintagmas breves, sin otro verbo que «soy» abriendo y cerrando el desnudo
conjunto de sucesiones, como teselas que se suceden en la escritura y cuyo
mosaico aparecerá en la lectura.
Si
quedan aún negacionistas del poema en prosa (los habrá, claro, ¿existe hoy algo
que carezca de militancia negacionista?), este libro de J.A.C es una prueba
irrefutable de cómo la falta de artificio, la decantación y una mirada poética
incansable consiguen hacer del lenguaje una herramienta de reflexión,
conocimiento y placer asombrosamente bella.
No
sé qué ejemplos elegir para mostraros mi admiración por estos textos, los
maltrato con el subrayado, las anotaciones y los emojis, y no quiero borrar ese
yo para cuando se ausente y necesite encontrarlo. Os dejo los más limpitos de
mí.
Gema Borrachero
*
ANTOLOGÍA DE EL AUSENTE