LOVE SONG
El engarce entre listones de la persiana bajada dibuja tumores amarillos sobre el mármol. El polvo de la taberna baila, como al son de una pianola, en el rayo que los provoca. Molly y Jimmy se sirven el licor en una taza de café cuyo borde mancha una aureola oscura. Por las ventanas abiertas se cuela la megafonía de la estación que hay enfrente, acaso escondiéndose de su propio destino. Como si fueran copas, desprecian el asa cuando alzan las tazas para brindar. Luego vuelven a llenarlas y miran hacia la cristalera donde, echado el toldo, se reflejan sus besos.
CANZONE D’AMORE
Un café de barrio no es lugar para perder una tarde de sábado. Cocetta lo que quiere es pasear por el Corso, aunque haya que ir en autobús. Recorrer tiendas, no sé, tomar un helado en Piazza del Popolo. Tiene la ilusión de sentir la mano de Orazio de repente sobre la suya en mitad de los sonidos imposibles con los que se hablan los turistas. La ilusión de que los escaparates la contemplen cuando acaricie su cabello suelto. La ilusión de acabar muerta en la parada y allí de pie que no importe que no pase nunca el suyo.
愛の歌
A Sakura no la impresionó el primer beso de Hayato. Se lo pudo haber dado en el tranvía, mientras hablaba sin que el traqueteo le permitiera entenderlo. En el parque, el día en el que los cerezos florecieran. En una terraza del paseo marítimo, bebiendo un Calpis. ¿En qué película, se decía Sakura, habrá visto que el amante se declara en un portal idéntico a todos los portales de una calle? Sólo la impresionó el amor cuando fue a saltar sobre un charco —¡cuánto disfrutaba haciéndolo!— y al ver reflejado a Hayato se detuvo y no quiso romper el cristal.
A Sakura no la impresionó el primer beso de Hayato. Se lo pudo haber dado en el tranvía, mientras hablaba sin que el traqueteo le permitiera entenderlo. En el parque, el día en el que los cerezos florecieran. En una terraza del paseo marítimo, bebiendo un Calpis. ¿En qué película, se decía Sakura, habrá visto que el amante se declara en un portal idéntico a todos los portales de una calle? Sólo la impresionó el amor cuando fue a saltar sobre un charco —¡cuánto disfrutaba haciéndolo!— y al ver reflejado a Hayato se detuvo y no quiso romper el cristal.
LIEBESLIED
La primera vez que hicieron el amor no sabían cómo se llamaban. Se lo habían dicho un poco antes, cuando se conocieron en la barra, pero el volumen atronador de la música se había comido sus nombres. Luego, en el cuarto oscuro, se apresuraron a desnudarse sin que se les ocurriera preguntárselo de nuevo. En el aparcamiento de la discoteca, entre coches en marcha, se reconocieron. En esta ocasión caminaron juntos hasta el chiringuito, y con una cerveza servida en vaso de plástico, cuando Geert dudó, Ilse dijo: Ilse, me llamo Ilse. Y resultó una hermosa revelación de la noche.
La primera vez que hicieron el amor no sabían cómo se llamaban. Se lo habían dicho un poco antes, cuando se conocieron en la barra, pero el volumen atronador de la música se había comido sus nombres. Luego, en el cuarto oscuro, se apresuraron a desnudarse sin que se les ocurriera preguntárselo de nuevo. En el aparcamiento de la discoteca, entre coches en marcha, se reconocieron. En esta ocasión caminaron juntos hasta el chiringuito, y con una cerveza servida en vaso de plástico, cuando Geert dudó, Ilse dijo: Ilse, me llamo Ilse. Y resultó una hermosa revelación de la noche.
LAULU RAKKAUDEN
De haber recurrido a una quiromante, las cartas hubieran pronosticado una encrucijada en sus vidas, pero ambos, Sirkka y Kalevi, en diferentes colas de facturación, se encomendaron a los designios de una computadora, que los sentó una al lado del otro. Atendieron las instrucciones de seguridad, pidieron sendos zumos de naranja a la misma azafata y se vieron reflejados en la ventanilla contemplando la ciudad desde las nubes durante la maniobra de aterrizaje. Aunque en algún momento se preguntaran quién sería el vecino, no cruzaron palabra, y con tan escasa realidad nada pudo hacer el amor para enloquecerlos un poco.
De haber recurrido a una quiromante, las cartas hubieran pronosticado una encrucijada en sus vidas, pero ambos, Sirkka y Kalevi, en diferentes colas de facturación, se encomendaron a los designios de una computadora, que los sentó una al lado del otro. Atendieron las instrucciones de seguridad, pidieron sendos zumos de naranja a la misma azafata y se vieron reflejados en la ventanilla contemplando la ciudad desde las nubes durante la maniobra de aterrizaje. Aunque en algún momento se preguntaran quién sería el vecino, no cruzaron palabra, y con tan escasa realidad nada pudo hacer el amor para enloquecerlos un poco.
CANÇÃO DE AMOR
El círculo de velas en la playa, una noche sin luna, y en la cabeza la rotación de las esferas impulsadas por la caipirinha. Bañémonos, sugiere Denilson mientras contempla a lo lejos, en el paseo, las ventanillas iluminadas de un autobús en la parada. El océano parece no ser de la misma opinión; su leve rugido, aunque incomprensible, delata un pequeño enfado. Vayamos al agua, insiste Denilson, y le convence a él mismo ver su gesto decidido e ilusionado en el lente de las gafas de Cida. Cuando la fría espuma anega sus pies, Cida le coge de la mano.
El círculo de velas en la playa, una noche sin luna, y en la cabeza la rotación de las esferas impulsadas por la caipirinha. Bañémonos, sugiere Denilson mientras contempla a lo lejos, en el paseo, las ventanillas iluminadas de un autobús en la parada. El océano parece no ser de la misma opinión; su leve rugido, aunque incomprensible, delata un pequeño enfado. Vayamos al agua, insiste Denilson, y le convence a él mismo ver su gesto decidido e ilusionado en el lente de las gafas de Cida. Cuando la fría espuma anega sus pies, Cida le coge de la mano.
ПЕСНЯ О ЛЮБВИ
Sveta aprovechaba cualquier cristalera para contemplar su corte de pelo, en especial le gustaba mirarse de reojo al pasar frente al bar donde se reunían los reclutas parlanchines de un cuartel próximo a su casa: repentinos silencios y miradas atentas, también la suya, confluían en el dulce balanceo de su media melena. Una tarde, junto a la boca del metro, haciendo cola frente al puesto de kvas, habló con un soldado. «Me llamo Rodion», él. «Ah, Rodya», ella. «Estas cosas sólo pasan en las novelas», él. «Pide, que nos toca, Rodya», ella, meneando la cabeza. «Ni en las novelas», él.
Sveta aprovechaba cualquier cristalera para contemplar su corte de pelo, en especial le gustaba mirarse de reojo al pasar frente al bar donde se reunían los reclutas parlanchines de un cuartel próximo a su casa: repentinos silencios y miradas atentas, también la suya, confluían en el dulce balanceo de su media melena. Una tarde, junto a la boca del metro, haciendo cola frente al puesto de kvas, habló con un soldado. «Me llamo Rodion», él. «Ah, Rodya», ella. «Estas cosas sólo pasan en las novelas», él. «Pide, que nos toca, Rodya», ella, meneando la cabeza. «Ni en las novelas», él.
प्रेम गीत
Nadie en la aldea es cualquiera. Dependemos de todos, incluso para merecer un saludo que alegre el día. Hasta el conductor del autobús, que llega una vez por semana envuelto en una nube de polvo, es una personalidad en el pueblo. Le preguntan por su mujer e hijos, y a cada uno le cuenta la misma historia, pero saltándose partes, por abreviar, de modo que el último se queda sin saber nada. Luego se toma un té bajo una sombrilla y dice satisfecho: «El horizonte». Cuando vivamos en la ciudad, amado Paranjoy, ¿quién preguntará por la madre enferma de Vanalika?
Nadie en la aldea es cualquiera. Dependemos de todos, incluso para merecer un saludo que alegre el día. Hasta el conductor del autobús, que llega una vez por semana envuelto en una nube de polvo, es una personalidad en el pueblo. Le preguntan por su mujer e hijos, y a cada uno le cuenta la misma historia, pero saltándose partes, por abreviar, de modo que el último se queda sin saber nada. Luego se toma un té bajo una sombrilla y dice satisfecho: «El horizonte». Cuando vivamos en la ciudad, amado Paranjoy, ¿quién preguntará por la madre enferma de Vanalika?
أغنية الحب
Un desagradable aliento a arak le alcanza cuando el guardia de seguridad de la playa privada encañona a Malika con su mirada de desprecio y su farfulla incomprensible porque se presenta en la puerta sola, sin Azzâm. Mi novio habrá perdido el tren, no voy a esperarle en la playa pública, le responde. El mundo se hunde bajo mis pies, clama el vigilante alzándose la chilaba para mostrar sus recias botas militares. Azzâm, Azzâm, antes inventarán una imagen holográfica masculina para pasear con ella que se cuele en algunas cabezas el mínimo destello de lo que ocurre en la realidad.
Un desagradable aliento a arak le alcanza cuando el guardia de seguridad de la playa privada encañona a Malika con su mirada de desprecio y su farfulla incomprensible porque se presenta en la puerta sola, sin Azzâm. Mi novio habrá perdido el tren, no voy a esperarle en la playa pública, le responde. El mundo se hunde bajo mis pies, clama el vigilante alzándose la chilaba para mostrar sus recias botas militares. Azzâm, Azzâm, antes inventarán una imagen holográfica masculina para pasear con ella que se cuele en algunas cabezas el mínimo destello de lo que ocurre en la realidad.
ΑΓΑΠΟΎΝ ΤΟ ΤΡΑΓΟΎΔΙ
El barco los trae y el barco se los lleva, dice Agnes cuando alcanzan el promontorio desde donde se contempla el puerto. Y Adrastos piensa en el negocio de distribución de retsina que tiene su padre y tuvo el abuelo de su abuelo. Siempre entre estas cuatro paredes de agua, gime Agnes, y Adrastos la anima: todos quieren verse reflejados en un cielo tan limpio, nosotros ya estamos aquí. Qué palabra más pequeña: aquí, se lamenta Agnes. Pero yo te quiero, un día mi padre me cederá las llaves del almacén. Sí, pero cuando leva anclas, los extranjeros ríen felices.
El barco los trae y el barco se los lleva, dice Agnes cuando alcanzan el promontorio desde donde se contempla el puerto. Y Adrastos piensa en el negocio de distribución de retsina que tiene su padre y tuvo el abuelo de su abuelo. Siempre entre estas cuatro paredes de agua, gime Agnes, y Adrastos la anima: todos quieren verse reflejados en un cielo tan limpio, nosotros ya estamos aquí. Qué palabra más pequeña: aquí, se lamenta Agnes. Pero yo te quiero, un día mi padre me cederá las llaves del almacén. Sí, pero cuando leva anclas, los extranjeros ríen felices.
AŞK ŞARKISI
Es verdad que no tenemos gran cosa, Orhan, aquí junto al río, entretenidos sólo con la pelea entre la niebla baja y las luces fugaces que cruzan el puente Boğaziçi. A veces me pregunto: ¿qué más quieres, Dilara? Nuestro es el chirrido de los tranvías, el canto de los vendedores de boza, el frío y la humedad de la noche. ¿Qué más quieres, Dilara? Nuestro el dialecto del cielo que no comprendemos y la acuarela de la ciudad que el gran charlatán dibuja en la pizarra de las aguas. ¿Qué más podemos desear, Orhan, cuando tu mano aprieta la mía?
Es verdad que no tenemos gran cosa, Orhan, aquí junto al río, entretenidos sólo con la pelea entre la niebla baja y las luces fugaces que cruzan el puente Boğaziçi. A veces me pregunto: ¿qué más quieres, Dilara? Nuestro es el chirrido de los tranvías, el canto de los vendedores de boza, el frío y la humedad de la noche. ¿Qué más quieres, Dilara? Nuestro el dialecto del cielo que no comprendemos y la acuarela de la ciudad que el gran charlatán dibuja en la pizarra de las aguas. ¿Qué más podemos desear, Orhan, cuando tu mano aprieta la mía?
ՍԻՐՈ ԵՐԳԸ
El nubarrón sobre el barrio de Nork se fragmenta en caprichosos triángulos cuando se mira en los cristales de la estación abandonada del teleférico. Bedros arranca con la punta de la zapatilla, en el peldaño donde están sentados, un trozo de hormigón. «Aquí hay más arena que cemento, no me extraña que todo se venga abajo». «¿Cuándo me llevará este fantástico albañil a beber una agua de Jermuk?» —aprovecha Lucine el comentario profesional. Bedros levanta la vista, admira sus ojos oscuros, sonríe: «Para ti construiré un teleférico de hormigón armado que suba hasta la cima nevada desde aquí mismito».
El nubarrón sobre el barrio de Nork se fragmenta en caprichosos triángulos cuando se mira en los cristales de la estación abandonada del teleférico. Bedros arranca con la punta de la zapatilla, en el peldaño donde están sentados, un trozo de hormigón. «Aquí hay más arena que cemento, no me extraña que todo se venga abajo». «¿Cuándo me llevará este fantástico albañil a beber una agua de Jermuk?» —aprovecha Lucine el comentario profesional. Bedros levanta la vista, admira sus ojos oscuros, sonríe: «Para ti construiré un teleférico de hormigón armado que suba hasta la cima nevada desde aquí mismito».
เพลงความรัก
Cuando Phailin alzó la mirada, aún con el agua de coco ascendiendo por la pajita hacia sus labios, Kovit sorbía cabizbajo, sin ver del día nada más que su rostro desfigurado y cada vez más pequeño conforme menguaba el líquido en la cáscara partida, lo mismo que ella había tenido delante hasta entonces. Le dio tiempo a contemplar, dentro de la imagen, cómo un avión escribía en la pizarra del cielo un mensaje incomprensible y en qué tronco un perro iba a levantar la pata. Todo eso no lo vendían con el agua de coco, pero Phailin sí lo compraba.
Cuando Phailin alzó la mirada, aún con el agua de coco ascendiendo por la pajita hacia sus labios, Kovit sorbía cabizbajo, sin ver del día nada más que su rostro desfigurado y cada vez más pequeño conforme menguaba el líquido en la cáscara partida, lo mismo que ella había tenido delante hasta entonces. Le dio tiempo a contemplar, dentro de la imagen, cómo un avión escribía en la pizarra del cielo un mensaje incomprensible y en qué tronco un perro iba a levantar la pata. Todo eso no lo vendían con el agua de coco, pero Phailin sí lo compraba.
CANCIÓN DE AMOR
«He descubierto un blog con canciones de amor», grita desde su bicicleta Julio como quien aplica las nuevas tecnologías a pretextos antiguos. «Vamos a verlo», acepta subir Ana a su habitación en la residencia. Mientras el aparato arranca entre quejas y balbuceos, él le muestra un yogurt de coco: «¿Te apetece? Es lo único que tengo, está fresquito». La luz entra por detrás, y sobre la pantalla encendida Ana no mira las palabras que Julio pronuncia, sino sus ojos pendientes de leerlas. «A esta canción le falta algo» —dice maliciosa. Y es el blog, ahora, el que descubre el amor.
[Marzo, 2010]
«He descubierto un blog con canciones de amor», grita desde su bicicleta Julio como quien aplica las nuevas tecnologías a pretextos antiguos. «Vamos a verlo», acepta subir Ana a su habitación en la residencia. Mientras el aparato arranca entre quejas y balbuceos, él le muestra un yogurt de coco: «¿Te apetece? Es lo único que tengo, está fresquito». La luz entra por detrás, y sobre la pantalla encendida Ana no mira las palabras que Julio pronuncia, sino sus ojos pendientes de leerlas. «A esta canción le falta algo» —dice maliciosa. Y es el blog, ahora, el que descubre el amor.