Bye, bye 2019
La iconografía de la muerte impresiona. Un fogonazo, de noche. De día, la súbita ceguera de una lengua de humo. Un portazo y su estridencia como preámbulo a la quietud. Los postigos cerrados en la casa donde los cristales no reflejan los rayos de sol. La imaginería de la muerte se trenza. Persecución del Viejo por el Nuevo; quien la contempla, sentado, vestido con una túnica raída y un báculo en la mano, sostiene el punto de vista. El pulgar romano invertido. Por esa razón te pido que te vayas, Dos Punto Diecinueve, como si fuera yo quien lo decidiera.
Bye, bye 2018
Iba a escribir la fecha de hoy sobre la humedad de la arena para que al llegar una ola la borrara a mis pies cuando he empezado a dudar. Por una parte, parece que hoy sea 31 y por otra estoy casi seguro de que ya es día 1. A veces pienso que es lunes, y otras creo que es martes. Tampoco el mes me cuadra. Ni siquiera el año. Trato de recordar cuándo he visto un calendario por última vez. Tampoco me lo aclara. Así que dejo que llegue la ola y se vaya sin que pueda borrar nada.
Bye, bye 2017
—¿Te acordarás de mí?
—Claro. Siempre. Has sido un año inolvidable.
—¿De verdad?
—Claro, muchacho. Un año, no sé, fantástico.
—Gracias. Me enorgullece eso que dices.
—Un año, buf, impresionante.
—¿He sido diferente?
—Claro, una pasada de diferente. Un montón. Un año chanchipiruli.
—¿Y te acordarás de mi nombre?
—Claro, colega. ¿Cómo voy a olvidarte con lo que has sido para mí, para todos? Qué pasada.
—Cómo me alegra lo que dices.
—De corazón, tío.
—Es que ya ves. Me voy.
—Claro, de eso va. De irse y volver.
—Dudo que vuelva.
—Pues mejor, para lo que hay que ver.
Bye, bye 2016
Me voy, has dicho y te he mirado con indiferencia. Esperaba algo más de este momento, has
añadido sentencioso. Como si una cámara te estuviera grabando. Al fin y al cabo, hemos estado un tiempo
juntos. Ni siquiera me has arrancado un trivial gesto de asentimiento. Pero
has insistido, acaso plantando unas semillas de rencor: Hay cosas que no te hubieran ocurrido sin mí y que ahora lamentarías no
haber hecho. He estado a punto de explotar, pero me he prometido que no replicaría
nada. He continuado en silencio. Algo de
cariño, o piedad. Eso quería. Y te has ido.
Bye, bye 2014
«¿Qué quedará de ti, año de métrica alejandrina?» —pregunta la Sibila arrodillada sobre la losa de mármol, con la cabeza oculta entre los brazos. «Todo», responde el Oráculo. «¿Todo? ¿He oído bien?» —no sale de su asombro la Sibila, que levanta la mirada inquisitiva hacia la piedra de donde la voz ha emanado— «¿no era más bien Nada la respuesta? ¿Ha dejado de ser la nuestra una pregunta retórica?». «Todo», reitera el Oráculo. E interpretando su postrer silencio el escriba anota: todo quedará registrado y cuando necesites algún dato esquivo las noticias más triviales del 2014 lo ocultarán en Google.
Bye, bye 2013
Cuando tantos coinciden en alegrarse de que por fin te largues, 13, a mí me gustaría que no te marcharas tan pronto. Aunque solo sea porque me he acostumbrado a tu número. O porque tu esencia se queda corta al cabo de solo doce meses. O porque son tantos los que hablan mal de ti que dan ganas de no acercarse a ese catorce adonde todos quieren ir. Qué bueno sería quedarse un poco más a solas, año 13, prescindir del calendario, amparado en tu humildad de combinación fea, de fila ausente, de piso que no existe. Contigo. Y solos.
Bye, bye 2012
El acuarelista de atardeceres ha comprado tubitos nuevos hoy y los prueba en el apresurado cielo de diciembre. Un amarillo denso en el centro, naranjas atenuados alrededor, granates a lo lejos, reflejos rosados en las nubes deshiladas y en los cristales de los edificios de oficinas. Contemplo el cielo de la ciudad entre las ramas secas de los tilos y los muñones de los plátanos recién podados. Los ojos de los amantes buscan pájaros en las calles, se aprietan uno contra otro como si estuvieran a punto de iniciar el vuelo. Nadie dirá que acabas, año, si algo tuyo continúa.
Bye, bye 2009
Cuando me levante pasado mañana por la mañana, me desperece y salga al camino del 2010, este año será —como todos— un montoncito de cenizas que humea. Si me entretuviera en dar una patada al polvo y tratar de adivinar lo que ardió en las ascuas aún incandescentes, vería en el rescoldo vestigios de aquellos muebles nobles largamente anhelados: un año sin horarios, una novela en tapa dura. De hecho, no todo arde con el tiempo: la humilde cerámica de lo escrito, el metal denso del amor permanecen, pero maderas y anhelos se calcinan con sus molduras de ebanista engatusador.